El silencio de Dios: amor a los seres humanos
La Navidad está entre nosotros. Dios, que se hace carne, habita, misteriosamente, entre nosotros. ¿Pero es esto evidente para todos? Muchos amigos me dicen que no. Que esta celebración no deja de ser, viendo las calamidades a nuestro alrededor, más que una piadosa leyenda. O un chiste de mal gusto. No se lo ve a Dios ni signos de su presencia. Están las cosas, los seres en su irremediable fatalidad. Están los seres humanos, algunos luchando por el bien, otros explotando al prójimo.
Pero nada más.
Esa fue la objeción al Dios cristiano, legitima y dolorosa, del escritor Albert Camus que viéndose atraído por el cristianismo no podía “verlo” ante su silencio, incomprensible silencio, frente al sufrimiento de los inocentes. No hay vuelta de hoja que darle; el mal se abreva en miles de formas y nos rodea, nos agobia y nos envuelve, ahora y a lo largo de la historia, con su ruido ensordecedor que hace que la voz de Dios, si existe, no se oiga. ¿Por qué exasperarse entonces cuando muchos conciudadanos solo esperen que la ciencia les provea las respuestas ante esta realidad?
Y así los deseos de justicia y de plenitud no tienen otro remedio que buscarse, al parecer, en otro lado. El echar mano a nuestra suerte. De decidir por nosotros mismos. Es que Dios si existe -como dirían algunos agnósticos para quienes Dios se cruza de brazos- no importaría pues en última instancia nada cambiaria. Lo que se necesita, se dice, son líderes, hombres y mujeres que hagan el cambio, transformen la realidad, sepulten la injusticia. Ciudadanos que sean, en una palabra, los héroes y heroínas de un mundo donde el cielo parece estar vacío. O callado.
Dios, después de todo, guarda silencio.
¿Pero acaso Dios, el Cristo, no ha sido siempre así? ¿No es esa, precisamente, su fuerza? Hoy celebramos su nacimiento pero ¿acaso su muerte fue diferente? ¿Un Dios que muere y se siente abandonado por todos? Y lo hace, en silencio; no responde a las burlas, comprende y perdona. ¿Que clase de “todopoderoso” es ese?
Por Dios, – no me vengas con cuentos pues por lo menos, Sócrates o Buda, o Gandhi o Castro o muchos revolucionarios – no pretendieron ser dioses, pero lo mismo inspiraron, cambiaron, hicieron el mundo mejor -como me espetó- fastidiado otro amigo.
No hay duda que el sigilo divino parece abrumador.
Pero ese silencio muestra la visibilidad de Dios. Muestra su Presencia. Silenciosa presencia.
Dios nace en un pesebre: no impone su divinidad de manera espectacular. Dios camina en Palestina no es un patricio romano: no llama a los sabios y los perfectos sino a los pecadores. No impone unas reglas ni exige un liderazgo político: sólo quiere una compañía. No busca prosélitos sino amigos. Su sigilo en varios momentos, causa extrañeza y perplejidad en sus discípulos. Ese silencio es precisamente una muestra de discreción divina; la de que sus “signos” deben “verse” sin coerción. No “fuerza” a nadie a creer. El silencio de Dios es su grandeza y lo hace creíble: es el respeto a lo más sagrado y profundo que hay en nosotros; nuestra libertad.
Dios guarda silencio porque ama nuestra humanidad libre.
¿Exagero? Basta leer calladamente lo que Jesús les dice a aquellos que se escandalizan de oír que deben comer su carne; ¿cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6:52). La mayoría se va. ¡Cómo no irse! ¿Comer carne humana? ¿Canibalismo? Eso es muy duro de escuchar. Pero Jesús no les obliga a quedarse, ni a justificarse ni rogarles que no les abandone, sólo atina a re-preguntar a sus doce; ¿también Uds. quieren irse? (Jn 6:67) Cristo respeta la libertad de su circulo intimo, deja en sus manos, y en las nuestras, el darnos cuenta de sus signos. No pretende invadir nuestro espacio y transformar la realidad como magia. Para eso esta nuestra ciencia, y nuestra política, y nuestra filosofía. Solo quiere que sepamos que con El ese esfuerzo será realmente fructífero. Quiere que su ayuda –gratuita- venga solo si queremos que venga. La gracia no cambiará, sino solo perfecciona nuestra naturaleza.
Ama nuestra libertad. Por eso su silencio. Eso es Amor.
Parece que nos deja solos –ciertamente– y es una soledad y silencio que deja perplejos a muchos contemporáneos que quieren que Dios tome las riendas y ejerza como una suerte de dictadora de justicia y solucione todos los problemas. Muchos ateos, como Camus, tienen razón: Dios no dice nada, pero yerran en que, precisamente, su silencio mustra respeto hacia el ser humano, respeto por la libertad de Camus y de Sartre o la del recientemente fallecido ateo britano-americano Christopher Hitchens. Hitchens decía que se debía ser ateo para ser feliz pues el ateo es libre. Y así poder luchar contra la injusticia, incluso de aquellos que cometen actos dentro de la Iglesia. No cabe duda. ¿Pero no son, precisamente, esa felicidad y libertad, destellos del Misterio, las que precisamente -en última instancia- nos muestran el rostro de Dios, provocándonos para que, con El, tengamos plenitud? Camus y Sartre y Comte y Hitchens, si fueron felices y lucharon por la justicia, es porque Dios respeto justamente su libertad. Tal vez, los ciegos de nuestro tiempo no ven pues, los cristianos, tan a menudo, velamos el rostro de Dios y de Cristo y hacemos del Cristianismo una moral insoportable y no el encuentro con una Presencia que nos hace libres y nos colma con su plenitud.
Por eso, la Navidad es la fiesta del hombre.
Es la mía y la de todos, la tuya amigo lector. Esa era la esperanza del pueblo de Israel, zarandeado y dominado por imperios y tiranos. Es lo que profeta Miqueas expresaba cuando decía, “En cuanto a ti Belén, pequeña de los clanes de Judá, de ti saldrá un gobernante de Israel” (Miq. 5.2). Es lo que aquel anciano Simeón que esperaba la noticia del Salvador por años y que, cuando se enteró de su cumplimiento dijo que ya podía morir con alegría y en paz, pues la promesa del Salvador para todos los hombres se había cumplido (Lc. 2.29) Miqueas “vio” antes. Simeón “vio” casi ciego. Pero ambos se daban cuenta de su Presencia en la realidad concreta de las cosas.
La Navidad es la celebración del ser humano y su libertad para ver. Navidad es la fiesta del hombre. Es el cumpleaños de Cristo, el Dios que se dona a sí mismo por Amor. Ese es su silencio; la de alguien que deja regalos y guarda silencio. Es nuestra respuesta la que, si es fiel a la razonabilidad de las cosas, debe preguntarse: ¿o acaso el mismo Cristo no es el más torturado de la historia? Sufrió, se entregó por todos y sin embargo, guardó silencio. ¿Se puede encontrar un amor más grande que ese?