Hacia una tirania universal?
La robotización de la vida social y política está a la vuelta de la esquina. Todo, o casi todo, podrá ser substituido. Los seres humanos, los trabajadores, profesionales, me refiero. Restaurantes, hospitales y médicos, hoteles, periodistas y medios de comunicación, vehículos, alumnos y estudiantes serán innecesarios. Imaginarse llegar a un aeropuerto y ser transportado por un Uber con “chofer” robotizado y llegar al hotel y ser atendido por un sistema automatizado no es una realidad descabellada. O recibir el diagnóstico médico gracias a un software “especializado”, que nos anuncia la prognosis y tratamiento con voz calmada. De una manera u otra, dentro de este futuro, y no tan lejano, los seres humanos agregaremos un buen “número” de angustias más a las que ya padecemos.
La tecnociencia: ideal de los Estados
Y no me cabe duda, todo eso ha desatado una carrera en el mundo político, en el ámbito de los Estados, de los desarrollados y emergentes, a la “caza” de la nueva tecnología, de la globalización de la robotización, si de tal pudiera hablarse. El ideal de la robótica, como medio de controlar la realidad, de abaratar la vida, de desarrollar económicamente a los pueblos, cobra prioridad. Ya lo hacen entre chinos, americanos, japoneses. Será más fácil el know how de cómo manejar una flotilla de vehículos automatizados que coordinar un sinnúmero de choferes en una flota de transporte que, para peor, pueden amenazar con huelgas. El ideal de Francis Bacon, en el siglo XVIII, de controlar las relaciones sociales, la política, como a una realidad física es hoy un hecho. Lo único que cuenta es lo cuantitativo o la experimentación para que la misma sea útil al que detenta el poder.
Citar solamente el esfuerzo del currículum denominado STEM, en los Estados Unidos, desde los tiempos de la administración Obama hacia el 2010 de enfatizar la ciencia, la tecnología, la ingeniería y matemáticas, con todas sus implicaciones interdisciplinarias y aplicaciones prácticas dice mucho. O todo. Desarrollo es no solo ciencia, sino tecnología y su concretez, al parecer, será la robotización de la economía. O de la sociedad. ¿Quién se ha opuesto a eso? Muy pocos. ¿Quién lo ha notado? Muchos menos. Casi nadie. Es que oponerse es exponerse al ridículo.
¿Hacia un optimismo irracional?
Pero no iría tan lejos al optimismo del célebre psicólogo de Harvard Steven Pinker de que las conquistas del Ilumnismo han sido tales, que nuestra tiempo no estaría lejos de ser aquello que Godofredo Leibniz lo había anunciado de nuestro mundo: la de ser el mejor de los mundos posibles. El optimismo leibniziano del siglo XVIII parece revivir en el Pinker del siglo XXI. Hoy vivimos, estadísticamente, en un mundo mucho mejor que el de nuestros antepasados, en materia de salud, educación, incluso accidentes. Los datos no mienten. Lo que pasa, dice Pinker, es que nuestra percepción de la realidad es más pesimista de lo que debería. Y soñamos con el pasado. Tal vez tenga razón. En muchos casos, la tiene. Los números, las estadísticas, aunque maquilladas por gobiernos, no mienten.
El malestar de la conciencia
Pero entonces, ¿por qué tanto desasosiego e inquietud en nuestras sociedades? ¿Por qué tanto descontento? ¿Y cómo se explican las reacciones populistas, casi tribales, en sociedades, presumiblemente en el camino del progreso, de la técnica, sociedades en donde, como lo dije al principio, la robotización de la economía parece ser inevitable? Porque el ser humano no se puede engañar a sí mismo: hay algo en el ser humano que parece no querer justificar la justicia de la sociedad. Aunque trata, se ilusiona. El ser humano no puede dejar de ser una criatura de justicia, ser moral.
Pero lo que pasa es que las sociedades altamente tecnificadas han abandonado esa dimensión. La dejaron por no someterse esta, la moral, a los criterios de racionalidad técnico-científico. Y la sustituyeron, entonces, por varias. Así, la moral se ha convertido en una expresión subjetiva, de sentimientos, irracional, o, poder, de preferencias de gusto. Ya no una, sino varias morales. Es lo que advertí más de una vez y algún que otro lector no me comprendió: el problema de hoy ya no es la ética sin más pues, por estimarse irracional, se sostiene que hay docenas de éticas. Y el pretender tener un criterio objetivo que delimite su verdad, equivaldría a fascismo desenfadado.
Y concluyo con esto: si la cultura se reduce a lo técnico-científico, con la robotización de la sociedad, y la moral como mera construcción de gustos y preferencias, la política seguirá el modelo de la ciencia, sin ningún fundamento en el bien, sino solo en los intereses, el poder. Como ya no se puede saber lo que es el bien o lo justo, la justicia sería algo así como la suma de intereses. Y eso es lo que está ocurriendo: el oscurecimiento de la razón moral con la pérdida de la realidad del Estado de derecho hacia la tiranía de los sentimientos, el reinado de los medios de comunicación, hacia el mundo de la no verdad y de la fuerza. Vivimos un tiempo de engaño universal donde, al decir de Orwell, decir la verdad se convierte en un hecho revolucionario.