“NADIE SE EQUIVOCA JAMAS DEL TODO”

El peligro de desintegración social es real en las sociedades. Pero desintegración significa aquí, no necesariamente ruptura, caos o guerra civil,  sino una descomposición social donde cada grupo e individuo defiende, sin importa las razones del otro, su posición a rajatabla, porque la misma avanza sus intereses. Cualquier propuesta de reflexión y de ver la situación desde otro ángulo es tenida como traición al grupo, cuando no de herejía simple y llana. ¿Resultado? Una sociedad compuesta  única y exclusivamente de intereses sectarios, sean políticos, económicos o religiosos, pero sin bien común, donde el diálogo es mera ficción. 

        Ese fue el análisis, precisamente,  que adelantamos la semana pasada;  la triste experiencia de la  realidad de nuestro país; un país desintegrado donde la pérdida de la razonabilidad y la condena  de facto, – inventando, manipulando datos, y argumentos – que mas da -,  pues la difamación, habladurías y la intriga no tienen consecuencias, al igual que la corrupción,  de todo aquel que disiente en lo más mínimo con la “ortodoxia” de las partes. La toma obligada de posición deviene así en  una falsa dicotomía,  un perverso maniqueísmo  de tener que estar “a favor o en contra de Casado” (como de cualquier otro tema) permitiendo que cualquier posición se juzgue por la otra parte como anatema o delito de lesa humanidad. Los pedidos de razonabilidad – sin estar a favor de uno ni de otro sino pidiendo ver todo el contexto  –  como lo hicimos con un grupo de amigos a título personal como católicos responsables en cuestiones coyunturales totalmente opinables, no dogmáticas.

       El diálogo es otra cosa; es escuchar las razones del otro y sobre todo; saber negociar, llegar a un compromiso en donde las partes ceden en algo pero ganan en algo. Nadie gana todo en todo, a menos que se sea totalitario. Diálogo es preguntar al otro las razones del por qué de su posición, y no descalificar al crítico personalmente, en una usina de rumores y conspiraciones imaginarias. Diálogo es en justicia prestar atención y tener en cuenta a todas las partes en disputa. Salvar la proposición del otro, decía San Ignacio de Loyola; no ridiculizarla. La burla, después de todo, no es argumento.  El “acuerdo” en donde una de las partes “gana todo” es simplemente reminiscencia de aplanadoras políticas de épocas autoritarias supuestamente idas. El Paraguay urgentemente necesita de mesura y equilibrio,  la palabra conciliatoria, no oportunista,  de un presidente estadista,  el diálogo razonado, no demagógico de sus legisladores; la llamada convocante de sus obispos y lideres religiosos,  hoy lamentablemente, en gran medida ausente,  sólo reemplazada por triunfalismos mediáticos y populistas. 

        Acaso debamos memorizar aquella expresión que mi maestro Jacques Maritain – vilipendiado mas de una vez por tomar posturas impopulares incluso dentro de nuestra amada Iglesia Católica -, quien  siempre repetía:  “nadie se equivoca jamás del todo.” No hay ningún error que no reciba cierta fuerza de persuasión de una verdad entrevista, pero poco individualizada en si misma y envuelta en una conceptuación falsa. Hasta los “herejes” y “extranjeros” tienen algo que decirnos. Eso es realismo; fijarnos en todos los factores, atenernos a los hechos en que se dice algo, no en quien lo dice ni en su circunstancia, ni en el rechazo personal que pudiéramos tener. Las verdades que ellos han entrevisto no se deben despreciar sino que se deben salvar desprendiéndolas del sistema en que se ensartan. Esa es la sustancia ética de una democracia; el meollo del dialogo es estar atento al logos, es decir, a la razón del otro. El resto  es mera caricatura democratista..