Asunción y la filosofía: Hacia una rehumanización del pensamiento latinoamericano

Asunción y la filosofía: Hacia una rehumanización del pensamiento latinoamericano

Publicado en Última Hora en noviembre 02, 2025 | Por Mario Ramos Reyes

El desaparecido filósofo latinoamericano Ángel J. Cappelletti (1927–1995) dijo alguna vez que algunos pueblos, grandes y prósperos, no han tenido filosofía. Su progreso, observaba, se debió más a factores pragmáticos –a veces fortuitos o simplemente bendecidos por la naturaleza– que a una reflexión profunda sobre su propio destino.

Quizás porque una filosofía auténtica, propia y necesaria, no atrae a quienes la desean, sino a quienes pueden crearla.

Hoy urge rememorar y recrear ese punto de partida, no solamente para América Latina, sino también para toda la civilización occidental.

Y, por supuesto, también para nuestro país, cuya desvencijada democracia parece preferir las actitudes antiintelectualistas de una forma de vivir sin mucha altura moral ni cultural.

Y, aun así, Asunción –esa ciudad que suele privilegiar los bares y no las bibliotecas– fue, por unos días, centro de la reflexión de la filosofía cristiana a nivel internacional, al punto que el mismo pontífice, León XIV, remitió una profunda carta al Congreso.

El Congreso Internacional de Filosofía, bajo el tema “Aportes a las culturas: Filosofía, cristianismo y América Latina”, se celebró así durante tres días, del 8 al 10 de octubre pasado, en mi antigua Facultad de Filosofía de la Universidad Católica.

Yo rescataría tres puntos que se han destacado.

1. Revivir el asombro

El primer punto es la necesidad de generar el asombro.

La tradición clásica, desde Aristóteles, para quien la inteligencia humana no se satisface con el cálculo, sino que tiende –por su propia naturaleza– a lo trascendente, comenzaba el filosofar en el asombro de las cosas.

Claro, más de un lector tomará esta pretensión con cierta sorna, pero apenas se detenga a pensar, verá que se trata de una urgencia espiritual y cultural.

Vivimos en tiempos en que los jóvenes ya no se asombran de nada.

¿Asombro para qué? Vivimos encerrados en una jaula tecnológica, donde los algoritmos nos dicen lo que las cosas son, y hasta quiénes debemos ser. Google parece haber ocupado el lugar del oráculo de Delfos.

Pero al entregarnos a la inmediatez de la información, se ha perdido la capacidad de mirar con estupor la realidad, de maravillarnos ante lo que simplemente es.

Sin una apertura acicateada por el asombro, la inteligencia se atrofia, se vuelve pura función técnica.

Y, sin embargo, el verdadero filosofar comienza cuando el ser humano se atreve a preguntar por el sentido de su existencia: ¿Por qué estamos aquí? ¿Quiénes somos realmente? ¿Existe Dios, y cómo es ese ser? ¿Por qué existen el mal, el dolor, la tristeza y la separación?

2. Volver a desear

Recuperar el asombro es, en definitiva, reconquistar la mirada a la realidad. Volver a desear es la condición para volver a asombrarnos.

Pero ¿cómo hacerlo cuando se padece de anorexia espiritual? Repare el lector que la raíz órexis del griego significa “deseo” y que su prefijo a es privativo. Anorexia es, por tanto, carencia de deseo.

Es la enfermedad de nuestra época: La sed por el saber se ha apagado.

Las grandes preguntas se consideran imposibles o inútiles.

Vivimos rodeados de una generación que ya no tiene apetito de auténtico saber.

¿Cómo desear, entonces? Yo creo, con Platón, que el método de enseñanza es la mimesis: La imitación.

Solo cuando los alumnos se identifiquen con maestros cuya vida despertase en ellos un deseo auténtico de saber, nace el asombro. Nuestro ser personal sin más se aprehende desde la historia que nos atraviesa.

Un método exclusivamente tecnocientífico, que ignora la historicidad y la encarnación del ser humano, reduce la vida a una abstracción.

Ignorar esto es correr el riesgo de construir regímenes políticos, cuál torres de Babel: obras grandiosas, sí, pero sin el alma que las oriente hacia el bien común y su destino trascendente.

3. Verdad de las cosas

León XIV, en su carta al Congreso, recordaba que la filosofía, como ardua tarea de la inteligencia humana, puede escalar cumbres que iluminan y ennoblecen, o descender a oscuros abismos de pesimismo y relativismo si la razón se cierra a la luz de la fe. Tampoco se debe reducirla a un instrumento apologético: La filosofía posee dignidad propia y exige ser vivida, comprendida y testimoniada.

La filosofía busca la verdad.

La propuesta del Papa es clara, inteligente: La razón, iluminista y autárquica, no es suficiente.

La razón “vive” embebida en una fe donde ella misma, es razonable. Las ideas requieren argumentación y explicación, sí, pero también, reconociendo que hay misterios que la rebasan.

Un filósofo creyente transforma su entorno con su existencia, y la razón, cuando se embebe en la fe, se muestra capaz de dialogar con las Sagradas Escrituras y orientar la acción humana.

Una última observación se impone: Las ideas filosóficas, tarde o temprano, moldean la cultura, la política y la vida social.

En nuestra humilde tradición de filosofía paraguaya –como lo planteé en el Congreso evocando a Adriano Irala Burgos– se necesita una filosofía que rehumanice y reconstruya la democracia.

Una filosofía que no se conforme con la utilidad ni con el éxito, sino que se detenga ante el misterio de la realidad y reconozca la gratuidad de las cosas.

Porque solo quien se asombra puede desear, y solo quien desea profundamente puede conocer la Verdad, reflejo de Dios y fundamento de toda auténtica comunidad política.

Solo así podremos construir, con humildad, una ciudad humana menos defectuosa.