FILOSOFIA PARA UNA REPUBLICA

Filosofía para una República es una iniciativa orientada a la educación de la persona, para que comprenda la realidad en toda su densidad y así contribuya al bien común.

Mi empeño, en el fondo, es —como escribía Jacques Maritain— “luchar por traer la Cristiandad espiritual al ámbito temporal y realizar la Cristiandad política. ¿Podría considerarse esto posible hoy día? Un orden político cristiano no se construye artificialmente mediante medios diplomáticos: es fruto del espíritu de la fe. Presupone una fe vivida por la mayoría, una civilización marcada por la teología y el reconocimiento de los derechos de Dios en la vida del Estado. Estamos lejos de ese ideal. A menos que Dios intervenga milagrosamente, o que el exceso de desesperación nos empuje, en este mundo distraído, hacia un momento de obediencia, los reinos de la tierra estarán destinados, por largo tiempo, a las divisiones más mortales” (Jacques Maritain).

Mi reflexión nace desde la filosofía clásica —griega y cristiana—, enriquecida por la tradición romana e hispánica, sin negar los grandes aportes de la modernidad no iluminista. Desde esa raíz, propongo un republicanismo democrático constitucional, sostenido en una economía social de mercado.

Me reconozco dentro de la tradición comunitarista, que, frente al liberalismo iluminista, rechaza el interés individual como único fundamento válido para la vida social. Tampoco comparto la socialdemocracia que exalta al Estado en detrimento de las sociedades intermedias, como los municipios, los vecindarios y la familia.

La República requiere, por tanto, de la virtud cívica —patriotismo, honestidad, rectitud moral, probidad—, así como de la capacidad de deliberar y ejercer soberanía política, el equilibrio de los poderes, la promoción de los cuerpos intermedios y la subsidiariedad. Y, sobre todo, del respeto al orden moral natural.

La Democracia, entendida como sistema de gobierno, es ante todo un ordenamiento, un instrumento, nunca un fin en sí misma. No reemplaza la moralidad; depende, más bien, de su conformidad con la ley moral natural, a la cual —como todo comportamiento humano— debe someterse. Su legitimidad depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios que emplea. Creo, en ese sentido, en una tradición democrática tocquevilliana, no rousseauniana.

Lo Constitucional implica un Estado sujeto al Derecho, un sistema que limite el poder, garantice las libertades individuales y procure el bien común. Ello significa que nadie puede optar por un bien social contrario al desarrollo de la vida humana conforme a su naturaleza. Aspiro, por tanto, a un constitucionalismo iusnaturalista clásico.

Defiendo una Economía Social de Mercado —o un capitalismo social— que armonice el sistema de libre mercado con políticas sociales orientadas al bien común. Busco una competencia justa y solidaria, siguiendo la tradición de Erhard y Röpke, enraizada en la diferencia entre el solidarismo cristiano y las ideologías del liberalismo y el socialismo.

Mi deseo último es una apertura a la realidad de todas las cosas: una educación nacida del diálogo, que afirme y defienda la contemplación de la verdad, la libertad, y la tradición humana que ennoblece toda cultura.

Me adhiero al Manifiesto del Nuevo Tradicionalismo, siguiendo el legado de Dorothy Day, Jacques Maritain y otros pensadores de la esperanza cristiana.  https://gaudiumetspes22.com/blog/a-manifesto-of-the-new-traditionalism

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Philosophy for a Republic is an initiative aimed at the education of the person—so that he may grasp reality in all its depth and thus contribute to the common good.

My endeavor, in the end, is—as Jacques Maritain once wrote—“to struggle to bring spiritual Christendom into the temporal realm and to realize political Christendom. Could such a thing be possible today? A Christian political order cannot be built artificially by diplomatic means; it is the fruit of the spirit of faith. It presupposes a faith lived by the majority, a civilization marked by theology and the recognition of God’s rights in the life of the State. We are far from that ideal. Unless God intervenes miraculously, or unless the excess of despair pushes us, in this distracted world, toward a moment of obedience, the kingdoms of the earth will remain, for a long time, condemned to the most deadly divisions.” (Jacques Maritain)

My reflection springs from classical philosophy—Greek and Christian—enriched by the Roman and Hispanic traditions, without denying the genuine contributions of a non-Enlightenment modernity. From that root, I propose a constitutional democratic republicanism, grounded in a social market economy.

I recognize myself within the communitarian tradition, which, in contrast to Enlightenment liberalism, rejects the notion that individual interest is the sole valid foundation of social life. Nor do I share the social-democratic exaltation of the State at the expense of intermediate societies—such as municipalities, neighborhoods, and the family.

The Republic therefore requires civic virtue—patriotism, honesty, moral rectitude, probity—as well as the capacity to deliberate and to exercise political sovereignty, the balance of powers, the promotion of intermediary bodies, and subsidiarity. And, above all, respect for the natural moral order.

Democracy, understood as a form of government, is above all an ordering, an instrument—never an end in itself. It does not replace morality; rather, it depends upon its conformity with the natural moral law, to which, like every human action, it must submit. Its legitimacy depends on the morality of its ends and the means it employs. In that sense, I hold to a Tocquevillian, not a Rousseauian, democratic tradition.

Constitutionalism means a State subject to Law—a system that limits power, guarantees individual liberties, and seeks the common good. This entails that no one may pursue a social good contrary to the development of human life according to its nature. I therefore aspire to a classical natural-law constitutionalism.

I defend a Social Market Economy—or social capitalism—that harmonizes the free-market system with social policies oriented toward the common good. I seek a just and solidaristic form of competition, following the tradition of Erhard and Röpke, rooted in the distinction between Christian solidarism and the ideologies of liberalism and socialism.

My ultimate desire is an openness to the reality of all things: an education born of dialogue, affirming and defending the contemplation of truth, freedom, and the human tradition that ennobles every culture.

I adhere to the Manifesto of the New Traditionalism, following the legacy of Dorothy Day, Jacques Maritain, and other thinkers of Christian hope.
👉 A Manifesto of the New Traditionalism

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