La nostalgia por las ideologías
Es llamativo lo que ocurre en la realidad política actual: el olvido de las ideologías como referente de identidad política. Y con ello, el debilitamiento de la memoria histórica de partidos y movimientos que, hasta hace algunos años, abrevaban sus programas en las mismas. Y no me refiero solo a una sociedad en particular, como sería la nuestra o la latinoamericana, sino a la del mundo. O, tal vez, para ser más precisos, habría que decir: la realidad de las democracias constitucionales liberales que son, ciertamente –y gracias a Dios– la mayoría. Más allá de los grados de perfección o de imperfección que las afecte, el vaciamiento ideológico es real. Lo cierto es que la cuestión ideológica ha pasado definitivamente a un segundo, o tal vez, tercer plano.
Y esto se nota, de manera llamativa, en el contexto político paraguayo. La ideología o ideologías de los partidos, sea la del Colorado o Liberal, no es tema de debate. Por lo menos, no lo es en lo que tradicionalmente se ha entendido como tal. Se habla sí de cuestiones coyunturales, de políticas públicas con mayor o menor justificación económica, pero toda referencia de orden cultural, histórico o político no se menciona. Me temo que la razón es, precisamente, la que indiqué arriba: se las ha olvidado y, por ende, se ha debilitado la memoria histórica. O quizás, nunca los candidatos las asumieron como tal. Si alguna vez se mencionan nombres o efemérides, la cita refleja más una formalidad mecánica que lo que una auténtica ideología pretendía. Y lo que es más grave, no se las ve como una herramienta relevante.
Yo no soy de los que cree –como creía Fukuyama a inicios de los 90– que por esta razón la historia terminó. Sigue, pero ha dejado de ser una confrontación ideológica. Creo que las ideologías, como se entendían en la época de la Guerra Fría, están muertas. O tal vez moribundas, si eso sería de alivio a alguno. Esta época nuestra, fraguada en las redes sociales, el marketing político, la velocidad de la información, la tergiversación de los hechos manejado por conglomerados de la prensa, la exaltación de los valores individuales, fundados solo en preferencias y emociones, ha hecho trizas cualquier intento de reflotar esas visiones omnicomprensivas de la realidad que son las ideologías. Insisto, en una sociedad donde nada es permanente y la libertad se exalta como un absoluto, pretender tener una referencia ideológica como identidad de personas o movimientos, es una utopía.
Yo ofrecería dos aspectos de los varios que se podrían citar como ejemplo de esto. El primero es el hecho de que toda ideología supone o suponía una visión del ser humano. O de la persona, implícita o explícitamente. Recuérdese aquello del hombre nuevo del humanismo socialista. O del advenimiento del hombre democrático como planteaba el humanismo liberal. Y, aún más, el sueño del humanismo integral cristiano como realidad histórica, que permeaba las décadas de los treinta a los cuarenta del siglo pasado. Lo cierto es que había un cierto sentido dogmático en las creencias propuestas, una cierta doctrina que servía a las bases programáticas. Exigir a un candidato tamaño compromiso hoy es casi imposible. Es condenarlo a la hoguera, ponerlo de bruces contra lo políticamente correcto, en algunos casos.
Es que en nuestros días, precisamente, el debate político cuestiona lo que se entiende como persona o dónde empieza como tal, o lo que sería el bien común dada la presunción de que no existe una idea objetiva de lo bueno, y ni qué decir de lo que constituye la institución básica –la familia–. Entonces, ¿cómo hacer para que un partido o movimiento se ancle en algún tipo de principio, firme, ideológico? Un segundo aspecto es el alcance de las libertades. El ethos cultural actual es, mayoritariamente, favorable a una tendencia más permisiva de la libertad, favoreciendo cualquier tipo de conducta ciudadana siempre que nazca de una conciencia libre. Se asume, de manera general, el rechazo a todo tipo de paternalismo, por más tibio que el mismo aparezca. Es que nadie, se insiste con frecuencia, sabe lo que está en la conciencia del otro para prohibir la ejecución de ciertos actos. Así se expande de manera elástica una libertad casi sin límites y se confiere una tolerancia exagerada a una serie de conductas hasta hace muy poco prohibidas.
En ese contexto, lo ideológico se convertiría en el lecho de Procusto –como decía mi maestro Adrianito Irala– donde solo cabrían los que estarían hechos a la medida del partido –cortados a la medida de la cama de hierro de sus guardianes dogmáticos–. Por eso, y con esto concluyo, es vital darse cuenta de que los candidatos que compiten están condicionados fuertemente por un tiempo que tal vez no lo comprendan muy bien. Por eso sus intervenciones son superficiales, insulsas, mediáticas, llenas de eslóganes, casi triviales ideológicamente hablando. ¿Es eso preocupante? En cierta manera sí, pues implica el dejar de lado lo que da sentido a los movimientos políticos, pero, por otro, no deja de ser algo positivo, pues enfatiza un punto crítico que las ideologías habían olvidado: el que todo sistema político se reforma desde la libertad por más exagerada que la misma se presente. Es que un ciudadano se comprende a sí mismo cuando asume su libertad y, como tal, comienza a construir una república. Pero eso lleva tiempo.
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