Sobre exabruptos: de la diplomacia a la historia
Exabrupto es un sustantivo no muy bello. Y no lo es, ciertamente, pues hace violencia a la realidad. Comete un exabrupto aquel que emite un juicio de manera rígida sin tener en cuenta los matices de la realidad. Es una acción que conlleva brusquedad pues ignora, de buena o mala fe, eso importa poco, lo variopinto de los recodos de la historia. Y el calibre de tal brusquedad aumenta en razón del sujeto que la emite. No es lo mismo, el exabrupto grosero de un hincha de fútbol que el de un presidente juzgando realidades históricas.
Por lo que parece, el presidente Lugo se ofendió en su visita a Vietnam por la mal recordada intervención norteamericana, despachándose con aquello de que “en EE.UU., a los criminales de guerra se les llama héroes.” Exabrupto por donde se lo mire. Y para no cansar al lector con moralinas quejosas, pondré a consideración tres aspectos de esa incorrección y salida de tono de un presidente. El primer aspecto es el diplomático. Un presidente es, constitucionalmente, el jefe de la política exterior, aunque la palabra jefe no suene aquí muy bien. Lo cierto es que, como tal, la prudencia y el silencio son los prolegómenos para toda negociación futura. ¿Condenar a un país y a toda su gente por un hecho histórico ayudaría a ello? Tal vez ayudaría saber que un país, y Paraguay no es ajeno a ello, tienen intereses y los mismos exigen una dosis de tacto diplomático. De nuevo, no es tanto lo que se dice sino el quién y cuando y cómo lo dice.
El segundo aspecto es, sin ninguna duda, también preocupante. La ignorancia que supone dicho juicio condenatorio. ¿Acaso no sabe Lugo que en los Estados Unidos la guerra de Vietnam ha sido y aun lo es una de las más impopulares? ¿No le han informados sus asesores que incluso el entonces “ideólogo” de la misma intervención en Vietnam, el Secretario de Estado MacNamara, escribió en sus memorias sobre los errores cometidos? Presumir que los EEUU ven héroes en todo ello, deviene así no solo un exabrupto diplomático sino también político-histórico. Toda guerra es una tragedia humana y como toda tragedia está envuelta en tonos grises como la realidad misma. Solo los maniqueos la ven de una manera clara.
Y aun cuando el juicio de referencia fuera, en boca de un historiador, legítimo, resulta imprudente en un presidente; ¿no se podría también enjuiciar durante los cincuenta y sesenta la intervención de la entonces China Roja y de las políticas de Hanói contra el sur? ¿O las de Francia en Indochina? O las….y así seguiríamos hacia un mar de historias de nunca acabar. Puede ser que un analisis histórico se tenga que hacer para entender lo que somos. Pero una falacia debe evitarse. Y es lo que historiadores serios llaman la falacia del presentismo. O el sofisma del ideologismo. Es el tratar de emitir un juicio histórico desde una mirada sesgada de la realidad y dentro de los intereses del sujeto que emite el juicio histórico, obviando, por supuesto, las circunstancias del hecho juzgado.
Esta falacia, justamente, nos lleva al tercer aspecto ideológico de este exabrupto. Aquello de que los criminales de guerra se los llama héroes es dicho desde los intereses de un izquierdismo populista inconsecuente, pues los intereses de quienes emiten ese juicio pretenden justificar realidades políticas que no serian mejores. Piense el lector en dos ejemplos tan cercanos a la afectividad ideológica del actual gobierno. ¿Acaso la Cuba de Castro es campeona de los derechos humanos? Y allí el presidente paraguayo ha viajado para hacerse atender de sus dolencias, mientras más de un cubano arrastraba sus huesos en la cárcel. ¿Hubo alguna indignación moral al respecto? ¿Tal vez un caso de inconsistencia moral? Es difícil saber pero lo que aparece a primera vista no es muy halagador y menos para los médicos nacionales. ¿Acaso la Venezuela de Chávez disfruta de la tolerancia y la crítica y autocritica que corresponde a una auténtica democracia como la democracia de Johnson o la de Obama? Y así, el actual gobierno hace lo imposible para congratularse con un sistema como el chavista que persigue opositores y medios de comunicación.
No creer en esto es creer en un espejismo. O tal vez, en suponer que el ejercicio de la presidencia y la naturaleza de la diplomacia es la misma que la de un hincha de futbol o la de un fanático ideológico. Un presidente no puede permitirse ese capricho durante su mandato. Existen normas y maneras propias, que no exabruptos que pertenecen, como se dijo al comienzo, al reino de la ruindad y no al de la delicadeza del trato diplomático.