Trump o el olvido de la República

   Una república, sí pueden conservarla, habría contestado, palabras más, palabras menos, Benjamin Franklin a una señora que al verlo salir  de la sala de sesiones de la convención en Filadelfia, le había preguntado qué tipo de documento era la constitución que habían aprobado.   La respuesta, lacónica y talvez irónica de Franklin ha representado, con el paso del tiempo, no solo un aspecto de la democracia americana,   sino, me temo, su aspecto esencial. La de que el poder, democrático o no, tiene límites, y estos, no sólo son jurídicos sino, y sobre todo,  morales y hasta de hábitos de decencia cívica. Una democracia republicana exige así, de sus políticos y protagonistas, una cierta forma de  vida y formas de actuar, que supone cierto tipo de cualidades o virtudes cívicas.

Al observar el desarrollo, dramático e inusual, de los primeros seis meses de la presidencia de Trump, ese déficit, la de un minimizado republicanismo, parecería aflorar. Existirían varias razones de esta tendencia que, al decir de más de un comentarista, se ha vuelto tóxica a la actual administración y, por ende, a la democracia, al punto que –lamentablemente– ha terminado en el atentado reciente a un miembro de la cámara de representantes. Dos aspectos, creo, podrían ayudar a entender lo que quiero decir. En primer lugar, la elección de Trump como un “outsider” a la clase política de Washington, no ha sido asimilada del todo. Las resistencias, reales o imaginarias, existen. Y las mismas, no solo vienen de sus adversarios políticos demócratas sino, también, de un sector de los republicanos. Trump no es uno que ha hecho carrera política y su presencia en Washington, con su estilo brusco y directo, ha generado la oposición del Estado burocrático.

Se podría llamar a esto el rechazo del Establishment, pero, creo que es algo más simple: es la resistencia a un cambio de estilo político que se resiente ante un jefe que da órdenes, sin explicar mucho las razones de las mismas. Trump, un populista de actitudes cambiantes, pareciera entender la política, como una suerte de comportamiento mecánico donde la experiencia del otro no cuenta mucho y donde la categoría de amigo, lealtad, fidelidad, está por encima de todo… Al no adherirse a ningún tipo de ideología, sea esta conservadora o liberal, actúa conforme a lo que haría un empresario agresivo que quiere ganar mercados y lograr éxitos inmediatos: actuar en base al propio interés, mirar a lo económico como lo útil, dando los pasos que fortalece su figura y nada más, sin pensar mucho en las consecuencias posteriores.

Fíjese lo que ocurre con la investigación de la presunta colaboración entre algunos miembros de su campaña política y hackers rusos, el conocido “rusiagate”. Hasta ahora no hay nada concreto y al parecer, no se podría establecer hasta qué punto -si fuera verdad- una colaboración así constituya un delito. Por lo que la invocación a un juicio político, no deja de ser una expresión de deseos, por el momento. Pero el punto es que Trump, a quien al parecer no se investiga personalmente sobre el affair, no ha dicho nada contra el intento real de los rusos de penetrar el sistema electoral americano. Y eso es grave. De esto no se preocupa, pues fiel a un estilo de hacer política, ha minimizado el hecho, cuando no le afecta personalmente, como lo resalta, recientemente, el New York Times en un editorial.

Un segundo hecho que también muestra la falta de tacto o de educación política de Trump, es la actitud que se ha revelado en su interacción con el ex director del FBI, a quien el mismo Trump, lo despidiera. El relato del director Comey de ese hecho al Senado, ha mostrado la pretensión de Trump de que los miembros de la burocracia de un Estado, le presenten lealtad. Y al parecer, no al Estado de Derecho como tal. Esto hace indicar que, ante la dificultad de un “outsider” de poder controlar el poder del sistema, entonces, se aspira a hacerlo parte del poder político. ¿Configuraría esa actitud el delito de “obstrucción” de justicia? El mismo Comey no llegó a esa conclusión dejando la tipificación a la justicia. Es interesante, no obstante, la reacción, ante este hecho inusitado del Presidente del Congreso, Paul Ryan que dijera de esa tendencia de Trump a reunirse a solas con el director de FBI, y la de obviar las formas, era debido a que él, Trump, no está habituado a cómo se hacen las cosas en Washington.

En ese punto, me parece, está gran parte de la incertidumbre que abraza en estos momentos a la democracia americana: la manera de administrar el poder sin entenderla como republicana, como cosa de todos y no solo de los que captan el poder. Es la regla de la ley, “rule of law”, la que gobierna una república y no la voluntad, aunque sea mayoritaria, de lo que administran un Estado. La democracia que surge de las bases, se autogestiona si es fundada en la persuasión, la deliberación que supone procedimientos, reglas preestablecidas así como valores sustantivos. En este caso puntual, en pleno siglo XXI, Trump, intencionalmente o no, degrada a la experiencia de la república, minimizando reglas y procedimientos, y sobre todo, valores de respecto, prefiriendo, al parecer no tener mucho en cuenta a los partidos políticos o la burocracia, que no es sino el abono para el brote de un populismo autoritario, como diría Madison.

De ahí que la pregunta hecha a Franklin continúa siendo actual ¿Se podrá mantener la república? Yo estoy seguro que si: las instituciones de la república constitucional americana son sólidas, aunque, ciertamente, esa solidez que se van ganando por cada generación, se la puede también socavar. No debe sorprender entonces que al Franklin de mediados de siglo dieciocho le preocupara ese hecho. Pero, preocupación sobre un hecho, no entraña el fin de la historia, sino su autoconciencia..