Trumpismo: Cambio de epoca histórica

Trumpismo es el neologismo que, al parecer, define al nuevo presidente, el cuadragésimo quinto de los Estados Unidos. La palabra es de uso político, pero es más una actitud vital o tal vez sería mejor decir visceral respecto a la política misma. O hacia gran parte de la tradición política norteamericana, marcada por la hegemonía abrumadora de los dos partidos históricos, el Demócrata y el Republicano. Trump, en un discurso inaugural inusual, ajeno a la belleza retórica o los juegos del lenguaje, fue directo al decir: “por mucho tiempo, un pequeño grupo en la capital de la nación ha cosechado los beneficios del gobierno mientras el pueblo ha soportado el costo. Washington ha prosperado, pero el pueblo no ha compartido su riqueza. Los políticos han prosperado, pero los empleos se han ido, las industrias se han cerrado. El establishment se ha protegido a sí mismo pero no a los ciudadanos del país”.

La acusación no podría ser menos directa. Trump, con un fuerte tono anti-partido advirtió de la responsabilidad de ambos partidos en la marginación de las mayorías de los obreros, particularmente de las grandes industrias, olvidados por el libre comercio global, que mueven sus intereses por el abaratamiento de costos en terceros países, olvidando las comunidades del interior del país. La era de un replanteamiento del globalismo del comercio, parece haber comenzado. Para Trump, al menos, la realidad de una nueva época política comienza: este 20 de enero –aseveró- “será recordado como el día en que el pueblo comenzó a gobernar de nuevo esta nación”. Es así como, en la primera semana, se anuncia ya la reunión con los presidentes de México y Canadá, Peña Nieto y Trudeau, para la renegociación de NAFTA, el Tratado de Libre Comercio entre los tres países de la América del Norte.

La ruptura histórica anunciada por Trump no tiene parangón en este siglo veintiuno y, para encontrar alguno, tendríamos que remontarnos, pero con ciertos matices, al anuncio de Harry Truman, quien en 1947 dijera: “estoy cansado de los Soviéticos.” Y con ello, comenzará lo que se llamaría la Guerra Fría. Hoy, el cansancio Trumpista sería un modelo económico-financiero global que agobia a los trabajadores de Estados Unidos, causando una serie de problemas económicos, pero y sobre todo, sociales. Trump, siguiendo una tradición de política exterior no-intervencionista, quiere enfocarse en los problemas internos del país, primero. Es que, las políticas intervencionistas en nombre de la democracia, o estabilizadores en otros casos, han generado más problemas que soluciones. De ahí su mantra de America First, primero el país, luego el mundo.

¿Significa esta nueva política una retirada de los Estados Unidos? Esa es la intención, pero, por el momento, nada se ha hecho aún. No obstante el replantear el rol de la OTAN y la política en el Medio Oriente parecería que será el modus operandi. En ese contexto, se podría entender la presunta relación entre la Rusia de Putin y Trump: una nueva detente o coexistencia pacífica donde el enemigo que amenaza a la convivencia internacional es el terrorismo islámico. Y seria, también en consonancia con la nueva relación con Gran  Bretaña del Brexit. Relaciones bilaterales de cooperación y coexistencia individual, pero menos a nivel de organizaciones globales.

Para Trump este momento es no sólo la transferencia de poder de un partido a otro, sino del Establishment al pueblo. Fíjese el lector, que todo esto supone una crisis al interior de ambos partidos, acostumbrados a impulsar a un Estados Unidos protagónico en el mundo: el Republicano, el de G.W. Bush, con sus intervenciones en Irak, por ejemplo, para “expandir” la democracia, o el de los Demócratas que con Obama impulsaron la “primavera árabe”. Ambas experiencias han dejado sus inesperadas consecuencias: inestabilidad, crisis, guerras civiles, y, para el Americano medio, enormes costos económicos. Es que la ilusión de querer hacer del Medio Oriente una democracia al estilo de la del Estado de Vermont -como ironizó el periodista y ex -candidato republicano Pat Buchanan- es una inocentada mayor.

Más allá que se comparta o no el Trumpismo, algo está ocurriendo en el mundo. Existe un malestar real, tal vez no expresado de manera explícita, entre gran parte de la ciudadanía, sobre todo aquella que no ha tenido los beneficios de una educación más sofisticada. Es la reacción de un populismo que ha encontrado a un mensajero que, paradójicamente, no viene de ellos pero habla su lenguaje. Los beneficios globales socavan, más que construyen, su modo de vida. Y no es todo cuestión económica, exclusivamente, aunque relacionado con él. La agresión de la  ideología liberal de mero procedimiento, sin contenido, con una noción de libertad absoluta -incluida la económica- la democracia de la “corrección política” obligatoria, o la de política de identidades y no de familias ni cultura, la del aborto como derecho humano, ha calado hondo en grandes mayorías silenciosas, sin acceso a los grupos de poder. Y esa forma de entender la realidad, alimentada por las élites financieras, son las que se están oponiendo furiosamente a Trump.

¿Será esta relación duradera? Las resistencias de ambos partidos, son evidentes. Quedan demasiados interrogantes para soslayar. ¿Será posible a los Estados Unidos una suerte de retirada de la alianza militar de la OTAN, por ejemplo? ¿Podrá darse el lujo la administración Trump de no intervenir en situaciones críticas? ¿Abrirá esta política, de América First, a una nueva situación multipolar que en sí misma, carecería de estabilidad, ante la ambición de potencias con ansiedad de hegemonía, como Irán, la misma Rusia, Corea del Norte y de la ascendente China? Solo queda esperar. Pero de lo que sí estoy seguro, es que esta será, nos guste o no, una época diferente, inestable, de cambios inesperados.