Cuando la misericordia es un mal moral
La noticia, en cierta manera, pasó casi desapercibida. Fue una más sepultada en la miríada de otras aparentemente más trágicas, noticias políticas o económicas que la relegaron a un segundo plano. Y la noticia es esta: el Gobernador de California, Jerry Brown, firmó el pasado 5 de octubre la ley de Opción de Fin de Vida, o como se la conoce en inglés, The End of Life Option Act. Es una ley de suicidio-asistido. Apenas entre en vigor la misma, en noventa días, la llamada acción “médico-misericordiosa” será legal en el estado de California. Así, junto con Oregón, Washington, Montana, y Vermont, el estado de California entrará a formar parte de una corriente cultural que no tiene pausa en el país.
La tendencia cada vez mayor al valor conferido a la voluntad individual del paciente, o la autonomía individual entendida como cuasi-absoluta, hace que una ley de esta naturaleza sea aprobada. La situación es más grave de lo que se supone pues denota en la cultura, una forma de entender la realidad hincada en las emociones del momento. De ahí que sea difícil, contra-argumentar al respecto. Las razones no se entienden por una cultura –y no me refiero solamente a la americana– movida por emociones. Y cuyos limites no se reducen solamente al mundo secular: ha penetrado profundamente en ámbito religiosos.Ultimamente el celebrado Obispo Desmond Tutu se mostró partidario de una decisión de este tipo.Estamos en una era que se ha dado en llamar la del emotivismo ético
¿A qué me refiero? Me refiero a algo muy simple, pero al mismo tiempo difícil de desarraigar de las personas: la creencia de que los actos de las personas se justifican moralmente exclusivamente por el sentimiento o emoción que ellas tienen de los mismos. El bien y el mal moral se “sienten,” no se “razonan,” y por lo mismo, nadie puede decir -y menos argumentar- que uno está en el error. Así, al sentimiento moral sólo hay que respetarlo así sea el deseo emotivo de practicar la eutanasia a un paciente o abortar a un feto. Y si una persona siente que su vida no tiene sentido por el dolor físico, se la debe respetar en su decisión de querer irse de este mundo. Hablar de fortaleza moral o de cierta entrega al sentido del dolor es, para esta cultura emotivista, puro un insulto. Y mayor insulto, y autoritarismo es impedir la decisión autónoma de esa persona. Por lo tanto, la ley debe hacer justicia a esa decisión profundamente sentida.
Es por eso que el acto de la ayuda material y formal del medico a sacarse la vida, es vista como acto de misericordia.Una reacción fácil sería la condena inmediata y remitir todo a una cultura del descarte, individualista y egoísta, de este hecho. Algo de verdad dicho juicio tiene. Pero la cuestión es más de fondo. El espectáculo del colapso moral de este tipo de hechos debe –me parece– llevarnos a reflexionar a dos temas fundamentales. Lo primero es mirar al origen mismo de la eutanasia. Fíjese el lector que la eutanasia como tal –muerte por piedad– tiene una historia milenaria y que nace en una cultura, la de la griega clásica, que no tenía trazos de individualismo. Más bien, la decisión se debía precisamente al dolor de no contribuir al grupo, a la polis, por la “inutilidad” física del enfermo al todo. Era la comunidad la que llevaba a la desesperanza al individuo..
Es que, en plena lucidez del mundo antiguo, el ser humano era visto como una suerte de dualidad. Por un lado la vida biográfica de ideales políticos, profesionales y, la otra, la vida biológica. Esta vida biológica era concebida como un instrumento de la primera. Esta misma dualidad, palabras mas, palabras menos, la vemos hoy. Y me refiero a la creencia común de la mayoría de nuestros contemporáneos, consciente o inconscientemente de que lo importa es nuestra persona-profesional y cuando esta no puede “funcionar,” es digno irse.. Eso de instrumento –se debe notar– es clave aqui. importante. Lo físico es visto como mero instrumento “de descarte” que puede ser una ayuda o impedimento para el éxito de la vida personal.
Por eso, varios eticistas de finales del siglo veinte hasta nuestros dias hablan de la necesidad de tener dominio del cuerpo físico y cultivarlo como “instrumento” de la persona. Si lo físico no sirve a los propósitos de la “biografía” e ideales de la persona, esa persona tendría el derecho de autonomía a terminar con su vida “inútil”. Inútil no solo para esa persona pero, y sobre todo, para la contribución que la misma hace a su comunidad. ¿Resultado? Lo social presiona sobre el individuo para hacerle ver que su biografía ya no es lo que se esperaba y, habida cuenta del dolor físico o sufrimiento, le abre el camino de la “misericordia:” “la asistencia médica” para suicidarse moral y legalmente..
Llama la atención que, el propio gobernador de California, Jerry Brown –antiguo seminarista jesuita– afirmara que el mismo no sabría qué hacer si se encontrara en la posición de dolor y que se siente mejor con la opción conferida por esta ley. El gobernador no está solo su emotivismo ético como vimos. Un hecho clama a gritos: la vuelta a la pregunta sobre qué somos como personas, una pregunta que requiere una respuesta que vendrá de la paciencia de la razón y no de la misericordia como mal moral. Una vuelta a la razón, o a la filosofía. Y al Misterio. Nada más, pero nada menos.