El poder contra la realidad
Lo propio del poder, se ha dicho más de una vez, es crear la realidad. El poder, sea este político o de otra naturaleza, posee la capacidad de hacer cambiar las cosas, las palabras, el modo en que la gente piensa. O al menos, habida cuenta de que el poder puede, tal posibilidad existe. No por otra razón los medios de comunicación que son precisamente eso, medios, son utilizados como poder que implica, las más de las veces, no ya reflejar sino cambiar la realidad. Pero hoy, en la segunda década del siglo veintiuno, la cuestión se ha ido más lejos: ya no se trata de cambiar sino crear la realidad. Es la ya vieja tesis-principio decimonónica de Marx que se ha transformado: lo que interesa no es ya ni siquiera interpretar ni cambiar la realidad sino construirla.
Es así como las ideologías de nuestro tiempo suponen que, por ejemplo, la democracia y la libertad son productos construidos por el poder. No son realidades que se dan de manera objetiva y, por lo mismo, supone un descubrimiento racional para más tarde, asumir sus principios e implementarlos. Nada de eso. Democracia, o libertad, no son más que construcciones lingüísticas pues, se dice, no existe la realidad. No hay una historia como realidad desde donde se pudiere abrevar las riquezas de un sistema sino que la misma, la historia, se escribe, re-escribe y revisa para cambiarla conforme a los intereses del momento.
De ahí que la misión de partidos y movimientos políticos o sociales se torna, según esta forma de pensar, en generar relatos, narraciones, formas culturales que pueda justificar sus pretensiones. Se asume que no existe realidad y que, por eso, todo relato ha dejado de ser “neutral” u objetivo. La vieja aspiración a las certidumbres, a la verdad como descubrimiento de la realidad como tal, es un mito, ilustrado o clásico, pero puro cuento. ¿Resultado? Es lo que se llama nihilismo: nada existe y si algún valor es apreciado, es porque un grupo de gente lo cree y lo defiende, y no porque dicho valor, valor de alguna cosa o persona, exista por sí.
Es el proceso de deconstrucción de las cosas. Se de-construye todo, la persona, la sexualidad, la fe, la violencia, a tal punto que las cosas no son como son sino que se las “construye” o de-construye. Una de esas máscaras que utiliza el deconstruccionismo nihilista y que, últimamente, está siendo vista, es la de la conciencia. Fíjese simplemente en un breve ejemplo de un hecho lamentable: la acción, concreta, real, del intendente de Limpio abusando del poder y la confianza ciudadana de la manera más deleznable, e inmediatamente, la reacción de algunos de los mismos ciudadanos bajo su administración, justificando la acción, produciendo un relato político de que la acción no supone ningún mal. Como que la circunstancia de la misma acción legitima dicha acción. Que la realidad del abuso no existe en sí, sino que esa realidad se puede de-construir en un relato justificatorio de naturaleza política.
Lo preocupante es que esta “lógica” narrativa, es la que se usa para deslegitimar la realidad de una naturaleza humana biológica dada, invocando la construcción social del género –que nos hace hombres y mujeres– o bien, la de pretender que la propia noción de persona y dignidad son productos culturales. Como que la realidad de las cosas es creada desde la conciencia y la cultura, construida por los sujetos. Todo lo cual resultara irónico, pues, justamente, esto se hace como defensa ante abusos. Pero lamentablemente, esto es lo que ocurre cuando se afirma la primacía del poder y no la de la realidad. Todo esto parecería sofisticado, pero no lo es. Ciudadanos sencillos son embebidos en esta forma de pensar (o de no pensar) de tal manera que contribuyen a su propagación sin darse cuenta. Es que el nihilismo tiene máscaras, las máscaras que el poder utiliza para construir la realidad de sí mismo. Y hay algo, más preocupante aún, esta forma de-construida de pensar parece haber penetrado incluso al interior de la Iglesia como se ha reportado en los debates del último sínodo, en forma de una suerte de parodia evangélica: buscad el poder y todo lo demás vendrá por sí mismo, incluso el depósito de la fe.