De planilleros, corrupción y reforma política
La vida del planillero está de moda. O tal vez sería paradójicamente, mejor decir, por suerte está de moda. Por suerte, pues la rabia e impaciencia de la ciudadanía está generando la conciencia de que, en una democracia –sobre todo si es republicana– la cosa pública no es privada ni debe usarse como tal. Pero toda esta forma de vida tiene una larga historia. Planillero, como el arco iris, se descompone en una serie de espectros, o esperpentos morales. Aquel que cobra y no asiste, y no se preocupa de firmar su asistencia, el que cobra, no asiste, y le “asisten” con su firma; el que va de vacaciones y le “asisten” con firma y sueldo, la que provee de trabajos remunerados gracias a su influencia política a alguien que, aunque asista, no sabe nada del trabajo; los que asisten, firman, hacen que trabajan, pero no saben mucho, los que para enamorar a alguien, le hacen planillear, etc.
Y así siguiendo. Cuando las características del planillerismo pueden discutirse –aquello que hace planillero a un planillero– una cosa parece segura: no hace discriminación ideológica. Ni la izquierda ni la derecha, ni el centro, ni el género, están exentos de la misma. El planillerismo es una cultura. Siempre ha formado parte de nuestra política y vida social. Por décadas, por todos, o casi, todos los políticos. Aunque tampoco la sanción social (y coparticipación) ha sido ejemplar. Y con ello, incluso, se podría hablar de planillerismo en el sector privado. Pero, eso nos llevaría demasiado lejos.
Dos aspectos revelan esta situación lamentable. El primero de ellos refiere a los valores de la vida del ciudadano en una república. ¿Qué tipo de valores o virtudes se necesitan para vivirla? Son varias, pero las de una ética del trabajo, responsabilidad, independencia, confianza, son imprescindibles. No hay sociedad civil madura sin estas cualidades. Pero hay más. La pregunta clave es: ¿dónde se aprenden las mismas? Muchos dirán, el sistema educativo. Lo que prolonga aún más la angustia pues el mismo, no es precisamente un dechado de dichas virtudes. Clientelismo y favoritismo son casi la esencia del mismo. ¿Qué más queda como fuente de conducta en una sociedad civil? La familia, donde, según algunos, nutre de las virtudes mencionadas más arriba, además de otras. ¿Pero será eso posible, o tal vez deseable? La realidad es que precisamente, el planillerismo, se nutre de una forma de entender la familia, una suerte de familismo, donde el favoritismo genera una serie de corruptelas que desfiguran totalmente el sentido republicano de la democracia.
Este es el segundo aspecto, el familismo clientelista como valor que tiene primacía sobre el bien común. Stroessner lo explotó de manera perversa. Y continúa. Por eso, llamar a esto nepotismo es, para miles de ciudadanos, demasiado cruel para construir una república. Por eso, ¿encontrar culpables? ¿La de tal concejala?, ¿por socialista?, ¿la culpa de dicho diputado?, ¿por colorado?, ¿la de la susodicha senadora, ¿por liberal? Eso es solo parte. Este es apenas a la pincelada que nos acosa a todos, ya al Gobierno, a la oposición, a las instituciones, a las familias. Es esta cultura, la tónica no es la capacidad ni el mérito, sino el parentesco, la autoprotección de los clanes familiares o políticos. Al hijo no se educa para crear fuentes de trabajo sino para “conseguir” trabajo vía recomendación. No hay educación en la libertad y creación sino dependencia y “seguridad”.
El planillerismo refleja el sentido de nuestro yo, de nuestras vidas. Como si nuestra “picardía” o nepotismo o familismo, solo afectaría a los demás y no a nosotros mismos. Es que una actividad moral, de costumbres y hábitos –que en eso consiste la moral– está embebida de nuestro yo. No nos engañemos. La queja de corrupción de la sociedad, de cualquier sociedad, debe ser también una queja hacia nosotros mismos. Ponerse feliz porque uno de los planilleros que renuncian podría servir de excusa para una genérica reivindicación política o ideológica, nunca será la solución. ¿Será posible empezar una reforma política por uno mismo?
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