Democracia Liberal: entre los hechos y sus interpretaciones
Para los que aún quieren creer en la democracia liberal en los Estados Unidos, esta semana fue buena aunque, como todo en la vida, con una cola de ambigüedades por sus consecuencias en la vida política.
La decisión arribada en la investigación de la Senadora Hillary Clinton sobre el manejo de emails clasificados en su administración como Secretaria de Estado, ha puesto un alto jurídico a los límites del poder, pero da luz verde al juego político.
La decisión del director de FBI de que, conforme a los hechos, la señora Clinton fue negligente y puso en riesgo la seguridad del país al usar diversos server y recibir y remitir emails desde países adversarios, ha mostrado una falta de cuidado llamativo.
Sin embargo, agregó el Director James Comey, no existe evidencia que esa serie de actos desafortunados hayan sido motivados por una intención deliberada de dañar la seguridad del país. Por lo que, agregó, no podría aconsejar el procesamiento de la misma, habida cuenta lo difícil de una prueba de la intencionalidad.
Los hechos muestran -siguiendo este razonamiento- que no se puede saber la intención del sujeto que los generó. En otras palabras, los hechos en sí mismos, independientemente de cómo se me parecen a mi, o me gustarían, muestran objetivamente, la realidad de la negligencia. Pero los mismos, no nos muestran fácticamente, la intención de daño.
Una cosa es clara, y de ahí el optimismo para los que aún creen en la democracia liberal: hay hechos, objetivos y reales, independientemente de la ideología del sujeto que conoce y los investiga. Como el paciente que cree que no tiene fiebre pero el termómetro le muestra la objetividad del hecho. Ya no es cuestión de interpretaciones de la realidad, sino la realidad es lo que es, a pesar de mi deseo de que no fuese así.
Fíjese el lector a quienes me dirijo inicialmente; “aquellos que aún quieren creer”, es decir, a aquellos que aún tienen fe que los hechos de la realidad cuentan y de que una silla es una silla y, una persona es una realidad de naturaleza, valga la obviedad, humana sexuada. Parecería una exageración, pero no es tan así.
El contenido de la democracia liberal americana, se ha llenado, en los últimos años, de una serie de ambigüedades influidas por una izquierda postmoderna para la cual las cosas no son como son sino como a uno se parece y quiere que sean.
Aquella expresión volteriana iluminista y liberal de que desapruebo lo que decís pero defenderé hasta la muerte tu derecho de decirlo -compartida por la izquierda clásica- ya no es tolerada.
Por el contrario, realidades como la naturaleza o dignidad humanas, valores éticos permanentes, etc., son sepultados en una fraseología multicultural en donde lo étnico, la diversidad sexual, o la mera expresión de deseos o intereses individuales, son convertidos en derechos.
Y donde cualquier crítica a los mismos, son tenidos como intolerantes. Es el relativismo como contenido de la sociedad civil que hace que cualquier juicio de valor que no reconozca, acepte, y aplauda estos puntos de vista relativistas, es tenido como intolerante.
¿Cuál sería el contenido del discurso político y social? Sólo lo “políticamente correcto”, definido por supuesto por los guardianes del código posmoderno. Disentir es intolerancia.
Todo esto genera, como consecuencia, la autocensura y la privatización de la libertad. Uno es libre siempre y cuando dé su opinión en privado, sobre todo en temas que, por mandato y presión social, deben ser celebrados.
Es que, se afirma, la realidad no existe sino solo interpretaciones, pues los hechos son una cosa del pasado. Por eso, hablar de hechos tales como naturaleza humana, derechos inalienables, derecho natural, es reaccionario.
Es que lo que el Juez de la Suprema Corte de Justicia, Samuel Alito, en su fallo en disidencia el año pasado sobre el matrimonio del mismo sexo advertía: en el futuro -escribía Alito- los que están en desacuerdo con este fallo sólo podrán “musitar sus pensamientos en la privacidad de sus hogares”. Es la descripción más acabada de este fascismo liberal que nos rodea.
Gran parte del partido Demócrata y un sector del republicano se han embebido de este contenido posmoderno de la democracia liberal que hace de un Voltaire contemporáneo poco menos que un racista y sexista de tomo y lomo.
Por eso, creo, que el rescate de los hechos en este caso de Hillary, y no su mera interpretación recoge una tradición de la realidad por sobre el populismo irracional y lo políticamente correcto que está fagocitando la tradición liberal americana.
El tema pasaría, ahora, al plano estrictamente político: ¿podría votar y confiarle el país a Hillary Clinton en estas condiciones? Yo no estaría de acuerdo, pues entre el orden jurídico y el político existe una zona moral de responsabilidad que fue infringida.
Pero es difícil predecir el nivel de relativismo indiferente en la sociedad americana en estos momentos, y sobre todo teniendo como alternativa a un populista como Donald Trump. Ideas acarrean consecuencias.
En todo caso, si ganase Hillary Clinton, a pesar de todo esto, o si ganara Trump. sería la revancha de Derrida por sobre John Stuart Mill. Y ahí, estoy convencido, perdemos todos.
http://www.lanacion.com.py/2016/07/07/democracia-liberal-hechos-e-interpretaciones/