La ‘absolución” del Imperio, la “conversión” cubana y el opio del pueblo
La reinvención en el campo político es una realidad que sorprende. Y más aún en política internacional. Es que, como dijera alguien, las naciones tienen intereses y no amigos o enemigos eternos. Sorprende por sus giros –esos tumbos de la historia– tan inesperados que deja mal parados a aquellos que reposan en sus dogmas inamovibles; viven en el cielo de sus presupuestos ideológicos. A esta hora, nadie dudará del “santo” resentimiento del presidente Maduro ante la traición de los ideales de la revolución de parte de Raúl y, justo es sospechar, –con el beneplácito de Fidel–. Y la algarabía, por los buenos oficios del Papa Francisco, del presidente Obama.
Pero hechos son hechos y lo que ha ocurrido es un vuelco inaudito de la historia de América Latina luego de cuarenta años: el embargo del “Imperio” ha terminado, y las puertas (y las embajadas) están abiertas y prestas a dar curso a relaciones de todo tipo, especialmente económicas y comerciales. En otras palabras, y esto va de contramano a lo que los “puristas” ideológicos creían posible: el odiado capitalismo, con sus cámaras de comercio, ha “absuelto” –políticamente por el momento – al régimen cubano que –también por el momento– parece estar dispuesto a una conversión, sino del corazón, sí de sus menguadas finanzas. El precio de la absolución y la conversión no podía ser menos: la libertad de prisioneros recíprocos. Lo indica, por lo demás, que en última instancia existe la creencia –implícita– de que hay un valor, la libertad, que sería universal aunque el cómo implementarla sea cuestión de disputa.
Pero el acuerdo, me temo, sigue una lógica histórica que en sí misma no debe sorprender. Primero, la absolución del Imperio. Los Estados Unidos son una república, ciertamente, pero una república comercial. Esto es, un régimen político de libertades que garantiza ciertos contenidos a las mismas pero condicionadas a la prosperidad económica. Y esa prosperidad económica es nutrida por la actividad comercial que en sí misma es una expresión de libertad. La una no puede existir sin la otra. Es el espíritu comercial de la republica de las libertades que decía Adams. Ese es o debe ser – agregaba Jefferson– el etos comercial de la polis. Pero hay algo más. Ese régimen, la de la libertad, no puede prosperar aislado. De ahí el deseo de esa república de creer que el intercambio comercial en última instancia genera libertades políticas para todos y donde, los sistemas de libertad, no pelean entre sí.
Para el régimen cubano el acuerdo es una conversión, una nueva versión y cambio fatal de paradigma a largo plazo ¿Por qué digo eso? Por la imposibilidad política de sostener una república “fingida” (república no de todos sino de Fidel –o de Fidel y Raúl qué más da–) con el advenimiento de un flujo comercial e inversiones que a la larga enriquecen a los ciudadanos que, tarde o temprano, pedirán una participación política. Un régimen totalitario se puede sostener con subsidios de amigos (de ahí el enojo de Maduro) pero se abre tarde o temprano con la participación de ciudadanos que exigen respeto político respaldados con posibilidades económicas personales y empresariales. Además, cuando a un régimen altamente ideologizado se le saca el enemigo, es como restarle las fuerzas que motivan el sentido de su vida. Y tiene que reinventarse a sí mismo.
Pero luego está el rol jugado por la que fuera el “opio del pueblo”. Me refiero a los buenos oficios de los servicios diplomáticos del Vaticano. Es lo que nos dice Obama: la intermediación del Papa Francisco fue clave en el acuerdo. Las razones del papa argentino por su intermediación serían casi las mismas: proveer un espacio de libertad para llegar a un acuerdo en donde se garanticen las libertades y la convivencia humanitaria. La autoridad de la Iglesia de Francisco deja de ser mirada, por el secularista liberal Obama y el reformista marxista Raúl, como la droga que adormece a las masas y deviene en la posibilidad del encuentro y del diálogo.
Pero no todo es, lo que parece ser, desde luego. El dolor de los exiliados cubanos es una realidad lacerante. Demasiadas historias, demasiado dolor e injusticias que, como arte de birlibirloque, quedan flotando y sin respuesta. Nada de eso es trivial pero también es cierto que un acuerdo de esta naturaleza es moralmente mínimo. Está lleno de agujeros morales y de derechos humanos pero es mejor un mal arreglo que un buen pleito como inicio y por el momento. No basta ser piadoso y justo para ser un buen político como diría Maritain. Y Francisco, siendo lo primero, también es –creo– lo segundo.
Recapitulemos. La astucia no es un vicio sino un instrumento legítimo de la inteligencia política. Un excesivo moralismo que niegue los datos de la realidad política es tan dañino como un relativismo en donde todo vale. La creencia de que la tolerancia de algún mal existente, si esta no se acompaña de complacencia o complicidad, puede ser necesaria para evitar un mal mayor. Tal vez, deberíamos recuperar esa capacidad que tenía el presidente Kennedy para captar los signos de la historia. El mismo mandatario que inicia el bloqueo ante la amenaza soviética en Cuba, nos advertía que la paz del mundo no exige que cada hombre ame a su prójimo sino solamente que ambos vivan juntos, tolerándose mutuamente. El resto, si cabe y Dios lo permite, se dará por añadidura.
Mario Ramos Reyes, Diciembre 29, 2014