La derrota de Hillary: hechos y razones

Lo he ha dicho más de una vez: no es que Trump haya ganado las elecciones sino, más bien, fue Hillary la que perdió. Creo que, visto el proceso de las campañas –y sobre todo el resultado– con una mirada retrospectiva, ese juicio tiene algo de verdad. Pero con un acotamiento: Trump y su movimiento explotaron, precisamente, esas debilidades, o tal vez la soberbia política del liberalismo ideológico de Hillary.

La campaña demócrata se creyó demasiado autosuficiente para reconocer la posibilidad de una derrota. Es la antigua tentación de creer que a la realidad política se la puede controlar, dando por descontado que una victoria de los “deplorables” –como se había calificado a los votantes de Trump– era impensable.

Se podrían resumir en algunos puntos la derrota.

En primer lugar, la creencia de que la política es solo cuestión de ideas claras, buena preparación intelectual y pedigree político. Hillary fue superior a Trump en su conocimiento de los detalles de políticas públicas. Se la vio preparada, como una buena alumna, en los debates.

Trump, por el contrario, fue desdeñado como inexperto, improvisado. Pero no solo por el establishment demócrata, también por el republicano. Nadie lo tomó en serio. ¿Error? La pretensión de que si la clase educada no lo tomaba en serio, el resto tampoco lo haría.

El segundo aspecto fue la creencia de que un candidato con un carácter personal como Trump, impulsivo, soez, chabacano, con problemas de trato con mujeres –que devuelve insulto por insulto– no podría ser aceptado como alguien con temperamento para gobernar. Trump –se pregonaba–, no llenaba las virtudes para ser elegido.

Pero, esa creencia fue neutralizada pues la misma Hillary tenía por su lado una serie de “peros” respecto a su honestidad por sus emails y “server” privados que usó como secretaria de Estado, que supuso una investigación del FBI. ¿Error? El creer que el votante no separaría la propuesta de políticas públicas del carácter y temperamento del candidato Trump.

Un tercer punto fue el presentarse como la candidata que frenaría el apocalipsis. Ciertamente, las propuestas de Trump de no apoyar más a la OTAN, de renegociar los tratados de Libre Comercio, de exigir a China un juego más justo en el comercio y manejo de la moneda, como a la amenaza de deshacer el trato nuclear con Irán, así como su reapertura con la Rusia de Putin, la ponían como el último eslabón frente a la hecatombe nuclear. Pero la postura de Trump, por discutible y, tal vez, difícil de implementar que fuera, no es ajena a cierto aislacionismo nacionalista americano, que es menos intervencionista, y contraria a ser “policía” mundial.

Un cuarto aspecto que me pareció decisivo es la suposición de que la historia y la política como motor de la misma, marchan hacia formas nuevas de vida. Que las comunidades tienen que cambiar si quieren sobrevivir a esas formas. Que el progreso que trae aparejado la tecnología es inatajable.

Pero, ¿cómo explicar ese “progreso” a un obrero medio que ha dedicado toda su vida a trabajar en minas de carbón en estados como West Virginia y Ohio, de que su fuente de trabajo se “transformó” y requiere otro tipo de energía y que él ya no es necesario? ¿Cómo decirle a un padre de familia en sus cincuenta años de vida que su trabajo se va a trasladar o trasladó a la China o India o México y que debe buscar otra cosa? El trabajo para él, es no sólo una ocupación sino una vocación atada a su comunidad y, también a su Iglesia.

Por último, la insistencia de la campaña de Hillary con los nuevos derechos, sobre todo, la no tan sorda propuesta de limitar el ejercicio de la libertad religiosa a la libertad de culto, obligando a las comunidades de fe a mirar a Trump como la última alternativa para la defensa de sus derechos amenazados.

El liberalismo de puro procedimiento, sin substancia ni acomodamiento para las comunidades de fe, o el valor de la religión en la vida social, quiere nivelar a todos dentro del rasero del estado neutro y en donde, el derecho a la libertad religiosa, es visto como “discriminatorio”, fanático, fundamentalista.

Trump, lejos de ser un modelo de fidelidad religiosa –al ser un pragmático-populista– entendió esa larga tradición americana que a la postre, le dio los votos de comunidades de clase media que aún viven la fe de sus mayores.

El problema con el liberalismo rígidamente ideológico, es enfocar solamente en el deseo individual y, olvidarse que los votantes pertenecen a grupos, más allá que a uno no le guste dicha pertenencia.

La candidatura de Hillary ignoró –tal vez por el elitismo que se le atribuye– la tradición de un pueblo, por más atrasada o deplorable que esa tradición pudiera ser. Algo similar ocurrió con el Brexit: la globalización está mostrando que el libre comercio de las grandes multinacionales, no deja espacio para las comunidades al interior de los estados. La pertenencia afectiva, precede el orden económico.

Pero la historia no se cierra. Si la duda es que ni el populismo, como tampoco el liberalismo procedimental, puedan dar contenido a una república, el dilema ahora es el cómo gobierna un populista cuando carece de élite política. Pero eso es otro tema.

http://www.lanacion.com.py/2016/11/24/la-derrota-hillary-hechos-razones/