La ideologia contra la realidad
Pasión, deseo e imaginación, son palabras bellas, que también, a su vez, refieren a realidades y estados de ánimo humanos, creativos y creadores de una nueva mirada a la realidad. La pasión nos mueve, el deseo nos impulsa, la imaginación nos hacer configurar la meta de esa pasión que nos mueve y que el deseo quiere. Esas son, precisamente, las connotaciones de un sentido positivo de la palabra ideología: una pasión, viva, vibrante, de una serie de ideas y convicciones, que nos impulsan a un deseo íntimo de actuar de manera efervescente y crítica respecto a la realidad con el fin de cambiarla. Nada más hermoso en la experiencia política humana: vivir y morir por una pasión, por un deseo.
En eso consiste nuestra condición de animales políticos, siguiendo esa tradición multisecular de Aristóteles: una persona vive con plenitud cuando asume la exigencia apasionada de su politicidad. La ideología se comprende así, dentro de esa condición, de ese deseo. La ideología es una visión creadora y transformadora que un grupo de ciudadanos posee. Es un todo orgánico, como la vida misma, hecho de ideas, pertrechada de principios y acicateada con estrategias de cómo entender y, sobre todo, cambiar la sociedad. El propósito es el cambio, proponiendo un método para que el mismo sea posible. Así se vive y se muere por una ideología: nadie lo hace por defender el cálculo infinitesimal -al decir de Camus- pero sí lo hace, heroicamente, por principios ideológicos.
La realidad, piedra de toque
Pero hay un peligro. Y es la posibilidad de que la ideología, por interés de sus creyentes y su deseo impaciente de cambiar las cosas, o peor, por desesperanza y frustración de ir perdiendo la marcha de la historia, tergiversa la realidad. La tuerce y remueve, selecciona sus temas, discrimina su mirada hacia aquello que justifica lo que busca. Y así, poco a poco, oscurece más que aclara las cosas. La ideología, en sus principios y proclamas, se va metamorfoseando pues expresa lo que no es la realidad, pues está, muchas veces, por los saltos y piruetas de la historia, le ha desmentido. Ya no es el fiel reflejo de las cosas sino una mirada retorcida para adaptar estas a sus principios.
Su piedra de toque, la realidad, es ensortijada, manipulada. Lo que fue una vez una contribución positiva, deviene en ideologización, o como enfatizaba mi maestro Adrianito Irala Burgos, en ideologismo, su reducción falsa. Así se crea un mundo mítico, imaginario, irreal. El mismo Marx, cuando joven, curiosamente, advertía de esa “falsa conciencia” de la realidad. De esa fabricación o invento de ideas que nos divorcian de lo que pasa, separando lo teórico de lo práctico. Así, la ideología se cierra y se escabullen las condiciones materiales reales de la sociedad en una humareda de ideas ficticias.
Dictaduras son dictaduras
Eso es lo que ocurre con la realidad de Venezuela hoy, y sobre todo -lo que es para mi más llamativo en esto de la ideología- en la reacción que , una serie de políticos latinoamericanos han tenido respecto a la represión salvaje del régimen de Maduro. Personas que, en una época no tan lejana de su juventud propugnaban ideales antidictatoriales y lucharon heroicamente por ellos. Me refiero a figuras como las del uruguayo Pepe Mujica, el paraguayo Fernando Lugo, el mexicano Lopez Obrador o el brasileño Lula Da Silva, sin dejar de mencionar a figuras emblemáticas de una resistencia memorable en la Argentina, como las Madres de la Plaza de Mayo.
Las dictaduras eran, para ellos, lo que eran en realidad, gobiernos despóticos, más allá de ciertas racionalizaciones excepcionales, que hubo,como fue siempre el caso de Cuba, para algunos de ellos. ¿Quién no fue “fidelista” de joven de alguna manera u otra en esa generación? Pero lo que ocurre hoy es diferente: el régimen de Maduro, enquistado en el poder de manera arbitraria y reprimieron sangrientamente a la oposición, no deja lugar a la duda, si esta certeza es mirada con los ojos abiertos a lo que pasa. Mirada que carecen hoy estos personajes mencionados: la ideología, anteriormente absorbida del socialismo (sin entrar en matices de cual) justifica todo: les hace nublar el sentido común y justificar atropellos que hoy, gracias a los medios de comunicación, no pueden pasar desapercibidos a nadie. Las dictaduras son dictaduras, proyectos contrarios a los deseos profundos de libertad y exigencias de verdad del ser humano. Sólo una ideologización fanatizada de la realidad puede racionalizar ese hecho.
La antítesis de la ideologización
Ante esta realidad, una pregunta es obligatoria: ¿cuál sería la antítesis o bien, la cura de esta ideologización? Para mi no hay lugar a dudas: volver a esa energía propia del ser humano, al deseo e ímpetu hacia la realidad. Existe en la condición humana, verificable en cada uno, una fuerte pasión hacia la verdad de las cosas. Partir de la experiencia de nuestro yo que vive la realidad, indubitable, es el modo en que la política no desvaría en ideologizaciones y justificaciones irracionales. Es la pasión y el deseo que incluso, la misma ideología posee, pero que, en la terquedad de quedarse siempre con proyectos imaginarios justificados por intereses de poder, no quiere adaptarse a lo concreto de la vida. Creer que el régimen de Maduro no es una dictadura porque se autodenomina socialista, es negar la misma realidad de las cosas.
El drama de la política es el drama de la ideologización, un drama, como vimos, de ideas sin sustento. Un proyecto de sociedad y pueblo –como producto de pura especulación ideológica e intereses– sin un sujeto o pueblo real que lo encarne, supone un engaño trágico, como muestra la incoherencia estridente de estoslatinoamericanos. La de creer que la política o la economía se cambia desde el poder. Que la construcción de la sociedad no nace de una experiencia vital y pasional sino meramente pragmática, de poder, de alianzas. Que el poder basta para superar la división que habita en el corazón del ser humano.