Mi encuentro con la filosofia
La auténtica libertad nace de un encuentro. Encuentro que nos hace ser autoconscientes de quienes somos, de nuestra vocación, del llamado en el vida. Para mi fue el encuentro con Sócrates, con la filosofía, con la posibilidad de preguntar sobre las cuestiones últimas de la vida, sobre todo las de la ética y la política. Nada ni nunca me había fascinado otra cosa. Veamos. Había estudiado filosofía en la secundaria pero mi acercamiento a la misma fue más bien intelectual, histórico. Me atraia intelectual pero no existencialmente. No afectaba a mi vida, a la elección de mi vida. Ni crei que esto era asi. Lo daba por descontado. No me había percatado entonces de que la filosofía era algo mas. algo para mi. No era, en una palabra, Socrática. Era, tal vez, mas formal, mas “kantiana,” tal vez. O esa fue la impresión que recibí de aquel valiente profesor de filosofía en mi adolescencia, ese liberal sabio como fue don Justo Pastor Benítez.
Por eso ingrese a estudiar derecho en la universidad. Creía, erróneamente como lo supe después, que la filosofía no era sino cuestión de cultura. Y que se podía y debia“agregar” al derecho. El abogado era el ciudadanos culto. Asi, la reducia a una serie de principios y argumentaciones que me daría enriquecimiento a la realidades políticas o jurídicas. Pero nada más. Y fui sorprendio. Fue en una de esas clases de “relleno” de la carrera de derecho, que me tope una tarde de Abril de 1974 con Sócrates. Fue una experiencia impactante. No había texto, sino, solamente, un ejemplar muy usado y subrayado del Banquete de Platón. El profesor Adriano Irala Burgos, irrumpió asi en nuestra aula, apurado, ansioso de dar la clase. La primera sorpresa: no pidió ningún “libro de texto” ni cuadernos ni nada. Solo irrumpió en el aula. Saludo y sin llamar la lista e indiferente de todo gesto burocrático nos miró a los ojos. Y comenzo a hablar. Solo pedía diálogo, exigia preguntas, nos dijo. Esto es filosofía, preguntar y preguntar por que preguntar. No una repetición de frases baratas, advirtió. Y comenzó a leer el texto con voz timbrada, clara, diáfana, argentina como decia. Lo escuche con fascinación, el movimiento nervioso de sus manos, cubierto con un poncho típico especial para esas tardes otoñales de Asunción de cocido y chipa, el movimiento de sus labios nos daba los nombres para mi entonces extraños pero que, al oirlos, me llenaban el corazon: Diotima, Pausanias, Eriximaco, Agaton. Y Socrates, por supuesto. Que la filosofía es amor, y amor es, en última instancia, ese ansia anhelante de la mitad que me falta. Era el extasis. Es como si lo hubiera estado esperando desde seimpre, esas preguntas, aquel diálogo. Cómo olvidarlo si la autoconciencia de mi propio destino comenzaba su historia, la tenía enfrente. Esta experiencia de ver a la filosofía como realidad vital ha sido uno de los descubrimientos más hermosos de mi vida. Sorprendió mi curiosidad, mi atracción, y sentí un gusto que no había experimentado nunca antes, a pesar que sabia algo de la filosofía, cuyos datos históricos, los conocía, como dije, desde la secundaria, por lo menos en germen.
Ese encuentro con Adriano, fue definitivo. De ahi nacio una amistad, el origen de un peregrinar en el que estoy aún inmerso. El resto, será historia, la mía, que iría profundizando a lo largo de los años, la posibilidad de una verificación y una profundización cada vez más honda, muchas veces más amplia.
No fue solo un texto, frío, impersonal. Fue Adriano que, con su pasion, comenzo con una lectura de preguntas recogidas en un texto obligandonos a confrontar con la realidad, para verificarlas de su verdad , o de su correspondencia o no con ese deseo de sabiduría que anida, y se alojaba en mi corazón. Mas tarde, esa provocación me hizo llevar a plantearme esas preguntas incluso más lejos, ya en la experiencia cristiana, con las de la fe. Pero esa ya es otra historia.
Creo que ese es el camino, el método de la filosofía. Es la vía, diría Adriano graficamente, de la experiencia misma: el de una reflexión que dialoga con la experiencia de nuestra persona, que posibilita el cuestionar el pensamiento de un autor, sea este Platón o Vattimo, a la luz de lo que uno se topa durante el día, en la quietud de su oficina o en la difícil soledad de nuestras ruidosas ciudades. No es puro intelecto ni mera memoria sino verificacion con la historicidad – que no es relativismo – de nuesta vida. Filosofía no es ni mucho menos, cómo se piensa a veces, un saber meramente academico. Nada de eso. Eso yo creía antes. Es amor y experiencia de nuestra vida, la mia y la del lector que necesita explicación pues nuestra racionalidad se constituye en preguntas que desean íntimamente, encontrar una verdad real en la cual reposar. El resto es objetivismo, intelectualismo, mero palabreria, pura chachara concluiría Adriano. Y esa es la filosofía que nos lleva a la verdad que hace libres, de una auténtica libertad que nace, no de un libro, sino cómo dije al inicio, de un encuentro. Y de esto solo tengo que agradecer al Misterio. Fue demasiado hermoso para ser casual.
(Apuntes para una memoria)