Popper y nuestros pequeños apocalipsis

Vivimos un tiempo curioso y dicha curiosidad sería motivo de reflexión serena si no fuera por la tragedia que nos ocurre. La de una epidemia de proporciones planetarias que limitan nuestra expresión, nuestras libertades, autoimpuestas o impuestas por los Estados, o, lo que es más extendido, por el temor a enfermarnos y morir. Nadie está inmune al virus o la muerte, la falta de libertades o el temor de la calamidad económica. El zeitgest, espíritu, de nuestro tiempo es el que yo llamo el de la sucesión ininterrumpida de pequeños apocalipsis. Pero esto en sentido figurado, de pequeñas catástrofes, de desastres simultáneos, de infortunios entrelazados unos a otros.

 ¿Qué hacer entonces? Y, sobre todo, ¿qué pensar? Yo propondría reflexionar junto a un filósofo que, tal vez, y muy a pesar suyo, fue profeta y al mismo tiempo, sería un enemigo de la realidad política actual: Karl Popper. Vienés, nacido en 1902 y fallecido en 1994, vivió intensamente los avatares del siglo veinte. Filósofo, estudia psicología con Alfred Adler, pero, sobre todo, sus investigaciones sobre la ciencia y sus presupuestos (La lógica del descubrimiento científico, 1935, entre otros) y su correlato en la conformación de las sociedades, las abiertas, más tarde (La Sociedad Abierta y sus enemigos en 1945), lo ponen como testigo privilegiado a ser escuchado.

 Apocalipsis de la ciencia

Comencemos con la ciencia. ¿Qué ocurre hoy? La pandemia ha dado ocasión a una “estatización” de la ciencia. Esto es claro. Grupos de epidemiólogos, bioquímicos y especialistas en virología, examinan, testean y deciden la marcha de los Estados. Casi sin excepción. Dicen: esto se debe hacer. Los datos son inequívocos. Es el paraíso del positivismo de Comte. Como cuando aquel ministro mexicano del dictador Porfirio Diaz, el positivista Limantour, proclamaba: ¡las financias científicas! Así la marcha del Estado y la sociedad, que, en este apocalipsis, se confunden, y marchan “científicamente.” Y por encima de los Estados, los cuasi supra-Estados, las organizaciones Internacionales (OMS), apuntalan a los estos. La ciencia se vuelve religiosa: no se la puede discutir. Es Ciencia. Y así, toda disidencia se limita, prohíbe, proscribe.

Popper sería el enemigo. No existe eso, diría, de la “Ciencia” con mayúscula, “objetiva.” Por el contrario, Popper, agregaría, la ciencia es un amasijo de sospechas, de marchas y contramarchas, de hipótesis corroboradas y refutadas, conjeturas que se van autocorrigiendo a lo largo de la historia. Conferir autoridad al Estado en imponer la autoridad de la Ciencia, es una contradicción a su propia condición. ¿Cuál es esta? La de no ser absoluta. Hablar de la “observación” científica, además, es un equívoco malsano, pues, ese científico ya de antemano, tiene en su cabeza cómo quiere mirar la realidad, qué objetos elegir, qué hechos analizar. Y lo peor de todo, esa identificación Estado – Ciencia (que dicho sea de paso, más tarde Feyerabend, otro filósofo de la ciencia denunciará) debe destruirse, de lo contrario, la ciencia se convertirá en el apocalipsis de la libertad.

El apocalipsis de la libertad

 Sigamos con la libertad. ¿Qué está pasando? Suspensión de libertades básicas. Se limita el ejercicio de las mismas, sean de movimiento en algunos casos, de comercio en muchos, incluso de religión, supeditadas a un valor superior, la Ciencia, y que, como vimos más arriba, se identifica con el Estado. Son el Estado y la Ciencia, los que deciden lo que es “esencial” de las libertades que, en algunos casos, se podría conceder, podría ser razonable, pero, en otros, arbitrario. Lo que hace unos meses era un simple gesto de libertad, el gozar de un café en un bar con amigos, ya no se puede hacer, se lo coarta o limita, conforme a etapas preestablecidas. En todo caso, se configura un sistema en donde la libertad esté supeditada a proteger la salud física a toda costa.

 Popper también sería enemigo de todo esto. Nada justifica el cercenamiento autoritario de libertades. Una sociedad debe ser abierta: libertad de expresión, garantías constitucionales. Sólo así se permite el diálogo y se da un intercambio enriquecido de conjeturas científicas, especulaciones o diagnósticos. ¿Es ese espacio de libertad perfecto y ausente de riesgos?  Por supuesto que no. Nada más alejado del espíritu popperiano. Una sociedad se autocorrige en el diálogo abierto y no dejará nunca de tener problemas. Ahí está, creo yo, su apuesta por un constitucionalismo democrático- liberal que se perfecciona en el juego de sus libertades y donde no existe la “utopía” como punto de “llegada,” ese lugar ideal como estadio perfecto a ser logrado. Un “ideal” perfecto que, como el consenso perfecto de la ciencia, sólo generará la violencia para tratar de imponerlo, como ha ocurrido en algunas democracias.

 Apocalipsis de la democracia

Finalicemos con la democracia. ¿Qué estamos presenciando? La invocación a la democracia para proteger al pueblo con medidas coercitivas, científicas, avaladas por el consenso y la legitimidad que dan las mayorías. No interesa el espectro ideológico: desde la socialista España o la “centrista” Francia hasta el conservadurismo chileno o paraguayo o, bien, incluso, el autoritarismo venezolano, la consigna parece ser la misma: el Estado democrático “cuida” científicamente a sus ciudadanos. Y aún más grave, en esta situación global, colectivos, y grupos que invocan intereses de distinto tipo, multiculturales o familias alternativas, étnicos, proyectos autoritarios neo-marxistas, revolucionarios, reclaman también derechos “democráticos,” socavando y minando el contrato social, para darle un contenido identitario.

 Popper estaría horrorizado. Una sociedad abierta, una democracia republicana constitucional, parte del supuesto, como dije más arriba, de su imperfección. No pretende ser un modelo utópico que pueda “cuidar” grupos. Su función seria al revés.  Son los ciudadanos libres los que, responsablemente, se cuidan y la democracia constitucional protege ese derecho individual a hacerlo. El Estado no es ese papá grande que Popper criticaba, señalando al culpable de esta idea, Platón. Ese paternalismo, tarde o temprano, en democracia totalitaria.

Se me objetará que, traer a colación a Popper hoy, viendo lo difícil de la situación, es injusto. Tal vez. Pero, la historia está del lado, en gran parte creo, de la intuición de Popper. Cada vez que se ha intentado “controlar” la realidad proponiendo un sistema ideal y “científico,” se ha terminado en catástrofe política. No se puede “cerrar” una sociedad invocando la Ciencia o la Democracia, y no tener consecuencias nefastas, inesperadas, tal vez sin mala intención. No existe un sustituto político de la libertad responsable. Sugerí antes, aunque me puedo equivocar, que Popper sería declarado un enemigo es esta situación.  Creo que sí. Pero, de lo que no dudo es que fue un profeta, como Sócrates, cual tábano que apestaba, lanzando sus críticas al aletargado y somnoliento establishment político de Atenas. Las ideas de Popper son un antídoto a esa tendencia tan humana, y cada vez más actual, de cierta ingeniería social de creer que se puede controlar y crear la realidad política, cuando no deja de ser mera ilusión, una ignorancia fatal. Por supuesto que al final, cada uno – en estricto espíritu popperiano – debe verificar todo esto que he sugerido aquí, por sí mismo