Religión o Nihilismo: la raíz de la violencia
La culpa de la violencia la tiene la religión, pues hace a los seres humanos violentos, brutales. El que es religioso, cree que posee la verdad y, por lo tanto, la impone. O bien, todas las religiones son “buenas”. La violencia nace de otro lado. Más bien, su fuente es el nihilismo. Me parece que, sin estos prejuicios y afirmaciones gratuitas, estaríamos mejor preparados para hacer un juicio sobre lo que ocurre en el mundo en estos momentos. Y hay más, como la afirmación de que no existe razón moral que justifique un atentado como el que se ha perpetrado en Barcelona. Como resultado, la realidad se nos pierde en la neblina de las autojustificaciones, de lo políticamente correcto, tal vez -y eso se entiende- porque la crueldad del terrorismo es tan fuerte, que es difícil sustraerse a su amenaza.
Pero, vayamos por parte. Y hagamos las preguntas pertinentes. ¿Puede la religión o el hecho religioso generar violencia, o violencia terrorista en particular? Pues, los hechos nos dicen que sí. La historia humana y ni qué decir de la Europea, están plagadas de guerra de religiones. Pero, ¿acaso la religión, como deseo de Infinito, no hace a los seres humanos, precisamente, lo contrario: humildes, pacíficos, dulces? Las más de las veces debería, pero no siempre y no necesariamente. Religiones guerreras han sido una realidad. Divisiones, exclusiones, sin contar muchas discriminaciones, han sido expresiones del hecho religioso y de la religión.
Cambiemos de ángulo. ¿Acaso el nihilismo puede llevar a tamaña violencia? Tal vez, pero para estar más seguros en nuestra aseveración habría que preguntarse sobre el significado del término. ¿Qué quiere decir nihilismo? Refiere a una realidad social, a una serie de relaciones humanas donde las mismas están reducidas a valores intercambiables, comercializables, manipulables y donde solo el placer e interés interesan. Es una sociedad, el nihilista, que carece de fines o de esperanza, pero también, una sociedad que no cree que el pasado sea digno de mantenerlo. Vive el presente, pues no hay respuesta al porqué, pues los valores supremos se han desvalorizado.
¿Podría generar esta in-creencia nihilista, violencia? El nihilismo es la nada, la pasividad, la indiferencia. El objeto del deseo de la vida, para el nihilista, es efímero, indigno de actos heroicos o deleznables. Tal vez, me atrevería a decir, el nihilista -siguiendo a Camus- sería más propenso al suicidio que al crimen político. A menos que, a esa falta de fines se la colme con una utopía ideológica. Si esto es así, sería difícil afirmar que una religión es nihilista. Por el contrario, la misma enfatiza y pretende dar sentido a lo que el nihilista ya abandonó. El hecho religioso llena, en muchos casos, el vacío dejado por la desesperanza o indiferencia nihilista.
¿A qué me lleva todo esto? A la sugerencia de que la violencia de los atentados de Barcelona no indica unas motivaciones religiosas, precisamente, de venganza o castigo -como se quiera- a una sociedad, la de la democracia liberal, percibida como vacía de sentido o nihilista si se quiere. No se puede uno engañar. El yihadismo no es neutro, carente de fines, aspirante a una sociedad sin normas, sin orden. Por el contrario, sueñan y planean una suerte de Califato, en donde la voluntad arbitraria divina tiene primacía absoluta sobre la libertad humana.
Existe un contenido, presuntamente revelado, de un Dios que en el Islam es entendido como pura voluntad arbitraria y, por lo tanto, una voluntad que debe ser obedecida sin detenerse en la irracionalidad de sus mandamientos: la de matar inocentes, si fuera necesario. Tal vez esta realidad, atroz y cruel, nos provoque la pregunta decisiva que deberíamos enfrentar en la vida. Una interrogante, que precisamente, el filósofo que intentó hacer “razonable” el hecho religioso -luego de las guerras europeas de religión- Inmanuel Kant, la formulara a fines del siglo dieciocho: que nos cabe, como seres humanos, esperar.
Anhelamos la felicidad, queremos la paz, deseamos el Infinito. En suma, queremos vivir en plenitud. Pero aquí me temo, nos topamos con el desafío que nos provoca la violencia religiosa irracional. Si nuestras democracias liberales actuales, al marginar los valores propiamente espirituales, pretenden frenar el crecimiento de esta violencia, la lucha no tendrá mucho éxito. Es, precisamente, el nihilismo ausente de sentido el que lanza a los jóvenes a esta violencia irracional. El humanismo agnóstico liberal actual, así, se ha vuelto contra sí mismo, sin las energías necesarias, más allá de la fuerza material, para afirmar ciertos valores contra este fundamentalismo islamista.
No me gustaría, para terminar, dar la impresión de que comparto aquella tenebrosa afirmación de Nietzsche, de que la religión es un caso de alteración de la personalidad. Existe, estoy convencido, una tradición razonable del hecho religioso en el Cristianismo pero esta, solo podrá afectar a la comunidad política si el agnosticismo hostil abandona sus pretensiones de totalidad. Y para ello, lo primero que habrá que hacer, es lo que afirmara al inicio: aclarar los términos, llamar a las cosas por su nombre.