Republica, realidad, no consenso
Existe una pretensión que nos viene del iluminismo que afirma que basta pensar racionalmente algunos de los problemas sociales o políticos, por ejemplo, pobreza, desempleo o bien la distribución del poder, para que éstos se resuelvan, y con ello – casi como por añadidura – se resolverian los problemas de corrupción, morales. La idea racionalista ha sido entonces la de de que la superación de los problemas “imateriales” de una sociedad – ideales, valores etc – supondrian y segurian a la de los “materiales.” En cualquier caso, la ética, como actividad inmaterial si se quiere, se convertiría así en un quehacer exclusivamente de intelecto.
Esta postura, a pesar de ser aparentemente lógica – ciudadanos satisfechos materialmente se comportarán admirable, moralmente bien – no lo es tanto. Basta para ello, preguntarse las razones de ciudadanos o politicos que, aunque materialmente exitosos, continúan en el hecho de la corrupción. O vice versa, ciudadanos de precarios medios, tratando, a pesar de ello, de vivir la justicia o la misericordia. Existen dos razones; el primer lugar, la ética es una cuestión de voluntad no de intelecto; de querer hacer el bien, la justicia, etc,, y no solo de saberlo. Recuérdese aquello de San Pablo de hacer lo que uno no quiere en vez de y no hacer lo que se debe. En segundo lugar, y atiéndase bien a esto, los actos de querer hacer el bien – actos éticos – no se “arriban” por acuerdos sino que es dada.
¿Que queiere decir ésto? Significa que la ética entraña una serie de hábitos que nacen de realidades donadas – el hecho de la naturaleza humana que tiene sed, apetito de felicidad, de bien, de justicia, realidades no pensadas o creadas racionalmente. Una sociedad no se pone de acuerdo para decidir si es moralmente lícito el crimen o el robo. Son hechos inmorales y punto. Aunque, es cierto, se podrían dar casos de acuerdos racional-éticos que deriven en conductas no sólo irracionales sino, paradógicamente, no éticas. Piénsese o no en aquellos eufemismos ideológicos de una “moral” del partido o revolucionaria o la que obliga a un seguimiento al ejemplo “moral” del caudillo a pedido de las mayorías.
Todo esto acarrea un principio fundamental: no existe consenso en lo ético, la ética no es cuestión de acuerdos o de números. No existe ética democrática propiamente dicha aunque la democracia como tal necesite de sus fundamentos. La dignidad del ser humano como corazón del fundamento ético no es cuestión de votos ni de mayorias sino simplemente es tal. Esto conlleva a una conclusión fundamental para el concepto de república que venimos proponiendo: la experiencia republicana – de ser parte de una república – asi como la ética no requiere un acuerdo consensual sino la aceptación de una experiencia común, la de que somos seres humanos que conviven en una comunidad que les ha sido dada con mayorías y minorías, una poblacion diversa. La aceptación o no de las minorías, por ejemplo, en una república no debe ser una cuestión de acuerdos sino dada, de principio si el sistema pretende ser humano.
No obstante, dicha realidad puede rechazarse, podemos marginar o sobrepasar el querer de los menos por el voto de las mayorias – el democratismo o populismo – justificados en ideologias presundamente racionales. De eso no cabe duda. Pero de nuevo, ahi está el valor de nuestra posición: no basta pensar racionalmente los problemas para solucionarlos o incluso justificarlos. La realidad de de una república como el ethos de su sujeto histórico no se inventa, no es producto de consensos: están ahí, experiencialmente, a menos que hagamos violencia a la realidad, que no respetemos la libertad de los ciudadanos. ¿Acaso no ha sido precisamente ese el caso de lo que ocurrido con la pretension ilumnista que mencionamos al principio, la de crear paraisos ideologicos “racionales” en la tierra, que a la postre resultaron mas infiernos – como diria Popper – que otra cosa?