J.H. Cardenal Newman: de las preguntas a la santidad
2010 quedará grabado en la memoria de creyentes, sobre todo de católicos. Pero también de filósofos y teólogos y sobre todo, me atrevería a sugerir, de buscadores de la verdad, de aquellos que, de alguna que otra manera, desean afanosamente colmar el ansia de plenitud que el corazón humano tiene. 2010 será el año de la canonización del cardenal ingles John Henry Newman que, mas allá del contenido de la respuesta encontrada a su búsqueda, mostró – con su historia – que la experiencia humana pide razones últimas. Así, la vida y el testimonio intelectual de Newman, no sentimos como algo pasado. O en el peor de los casos como algo “inglés” o exclusivamente “católico,” como algo que ocurrió hace años y a otros sino que representa un «hoy», un «hoy» angustioso y gozoso de una larga peregrinación, como si la misma fuese una carrera difícil de un atleta de largo aliento pero de trote pausado. Pero también, es nuestra carrera. Nuestro drama. Newman es nuestro contemporáneo. .
Veamos entonces. Newman amaba una expresión que es atribuida a San Ambrosio, el Obispo de Milán. La de que Dios no eligió salvar a su pueblo por medio de la argumentación o dialéctica ni que El se hiciera ser humano para que los hombres se hagan teólogos. Newman no era un intelectual o pensador abstracto sino encarnado. Partía, en su reflexión, desde una experiencia. Es que imaginar que el cristianismo nos invita a una vida de investigación, estudio, una vida intelectual, o de análisis histórico, como si la misma fuera el punto central era, para el pensador ingles, no darse cuenta del aspecto central de la fe. La misma, en cambio debía ser entendida y expresada como una totalidad humana. Esa forma y método de conocer, no era lo común en aquel tiempo. El siglo diecinueve, hijo del Iluminismo, insistirá en reducir toda la realidad a una razón instrumental o, como el mismo decía, una razón “usurpadora” de sus factores más vitales.
Una vida comprometida
Newman nace en Oxford en 1816 y desde joven sabe que su vocación era el sacerdocio. Muy joven, a los 24 años se ordena en la Iglesia Anglicana y es nombrado, inmediatamente, vicario de la Iglesia de St. Mary donde va a comenzar a publicar sus famosos Sermones. Su vida prometía la tranquilidad de la vida inglesa decimonónica cuando un viaje a Italia hacia 1832 rompe una rutina que ya se estaba haciendo larga. Visita a la sede del “Romanismo” y anuncia, a su regreso, que tenia “una misión que realizar en Inglaterra.” Era el inicio del famoso Movimiento de Oxford, con su entrañable amigo John Keeble, que buscaría y afirmaría que la Iglesia Anglicana no era Protestante sino la Iglesia Católica de Inglaterra y que la misma representaría la vía media entre dos “extremos”: el Protestantismo de la reforma y el Romanismo. Su proyecto e iniciativa, sin embargo, cobra un inusitado y brusco cambio. La búsqueda de la vía media le llevo a toparse de bruces con los orígenes de la Iglesia y que esos orígenes indicaban el árbol, la raíz común: la Iglesia Católica.
Newman se encuentra en una encrucijada; la verdad se impone, con la obligatoriedad moral, de seguirla. La historia y los hechos aparecen irrefutables. El origen doctrinario fue el de la Iglesia Católica, no la luterana o la suya, el Anglicanismo. Es su creación mas original, la propuesta del desvelamiento orgánico de la doctrina: la historia no indica una ruptura violenta sino un crecimiento paulatino de la doctrina de la Iglesia. Las reformas de la modernidad religiosa fueron, en ese sentido un desgajamiento, rama tras rama, del árbol frondoso originario de la Iglesia Asi, la sustitución de la experiencia y de la tradición histórica por un modelo de la mejor Iglesia concebible es el engaño del poder individualista e ilustrado frente a la memoria de la tradición católica.
Newman sigue a su conciencia; y abraza a la verdad y el lugar donde dicha verdad reside: la Católica, En 1842 renuncia a St. Mary Church y se muda a Little More, en las afueras de Oxford donde el 9 de octubre de 1845 es recibido en la Iglesia Católica, y dos años mas tarde, en 1847, ya en Roma, es ordenado sacerdote. Le quedará aun casi medio siglo de vida, pero Newman, de manera llamativa, dice que no tiene mas nada que decir. Su alma como la de San Agustín, ya reposa en la verdad y solo le queda escribir sus memorias como respuestas a ataques de sus enemigos intelectuales y sus obras especulativas más densas, Así aparece su 1864 su Apología Pro Vita Sua, como respuesta ante los ataques de Charles Kingley. En 1870 da a luz sus Ensayos sobre Una Gramatica de Asentimiento (Assent) donde presenta toda una epistemología del conocimiento filosófico y teológico. Nombrado Cardenal, finalmente en 1879 por León XIII, fallece diez anos mas tarde dejando un legado intelectual y testimonio de vida que sirvieron de fundamento para su canonización actual.
Conversión como hecho razonable
La conversión de Newman ha hecho notar una realidad fenomenológica; la metanoia o cambio de mente o simplemente la conversión de una persona no se dan necesariamente por medio de un argumento. No es una cuestión de razones ni de silogismos conducentes a una verdad sólida. Un argumento coherente, no es suficiente – puede que sea necesario para cambiar de una actitud a otra. Es y refiere a algo más. ¿Debemos entonces decir que una conversión es “irracional? Newman habla de una razonabilidad que hinca sus principios no solo en puntos doctrinales sino existenciales y sobre todo históricos. Es razonable la pretensión de la Iglesia Católica de la verdad de sus proposiciones pues representa la continuidad historica de la tradición. Darse cuenta de la historicidad del ser humano es darse cuenta de la verdad de la Iglesia y sus catolicidad.
Es que en la realidad del presente se poseen, vitalmente, las verdades del pasado – como un árbol muestran las estrías de su “edad” – así también el estudio de la historia, la de los Padres de la Iglesia – los latinos y los griegos – muestran que, lejos la Iglesia Católica de haberse “desviado” de sus orígenes – por el contrario, es la que ha sido fiel a la voluntad de su fundador Jesucristo. El desgaje de las ramas de la tradición protestante no ha hecho sino empobrecerlas y perder el suelo y la savia nutricios al punto de que las mismas, también, tuvieron que generar sus tradiciones y doctrinas propias para “sobrevivir.” De ahí que ser fiel a la historia es dejar de ser protestante lo dirá más de una vez. Basta leer a los Padres de la Iglesia en la mostracion continua de los sacramentos, la Eucaristía o la obediencia debida al Obispo de Roma, para notar la milagrosa continuidad de la Iglesia.
Pero Newman fue incluso más lejos – más incorrecto políticamente -, sobre todo, al arriesgar y argüir que la pregunta de la verdad no era una pregunta abstracta sino que se concretaba en ésta otra: ¿Dónde se encontraba? ¿Cuál era, decía, objetivamente hablando, la Iglesia verdadera? Si ella existía, entonces – decía Newman, el se asociaría, entraría y pertenecería a la misma. La Verdad exige una pertenencia que no es abstracta; no es en si sino epara mi. Aquí la apertura a la realidad del otro y de lo Otro requería fortaleza y riesgo. Era el postrarse, humildemente ante la verdad, la petición del pordiosero. Compárese esto con la búsqueda mas individualista y moralista de su contemporáneo Soren Kierkegaard, el filosofo danés que estaba tratando de vivir de una manera auténtica de tal manera que aquellos que vivieran como él constituirían, juntos, la verdadera Iglesia. Es el reclamo, el pedir cuentas a Dios de porque las cosas son como son y que el individuo no las quiere de esa manera. Es el yo, finalmente, como criterio de la realidad del “objetivismo” individualista y que tanto daño ha hecho a la humanización de la cultura.
Santidad como legado
La santidad, se podría afirmar, es el legado de Newman. Pero, ¿qué significa eso? Significa que la santidad es el drama de la vida. La vocación de Newman fue la de la santidad pues esto implica la realización de lo que uno es. Y Newman fue un intelectual que experimentaba su humanidad en la búsqueda de la verdad que lo haría feliz. De ahí que lo “perfecto” de lo santo en él era la realización de su propia esencia, de lo que él mismo era. Newman fue santo pues siguió el íntimo proyecto de su ser, la realidad de su drama que consiste – en todo ser humano que persigue el mismo ideal – en hacerse las preguntas y poseer el coraje de arriesgarse y dar el paso requerido cuando surjan las respuestas. Esa es la vocación, el llamado de la realidad y de mirarla en el rostro. Ese es el legado vivo que nos genera el encontrarnos con un testigo humano como Newman.
Así, la realización de su proyecto vital nos muestra una serie de elementos que son dignos de resaltar hoy. El que no se puede vivir una vida humana sin verdad no en sí sino para mi y por lo mismo, .el tomar en serio lo que somos, las preguntas vitales de la existencia, es no sólo importante para nuestro destino; es lo humano que moralmente debemos asumir y contestar. El homo faber de la contemporaneidad consumista no hace feliz al ser humano; es el mero hacer sin sentido; el ser humano es un ser de sentido. ¿Como se puede vivir una vida sin sentido? Es inhumano como lo es el nihilismo. Es que, se debe insistir, sin Dios no existe ser humano pleno, por lo que aquello de Camus de que “no existe castigo mas terrible que el trabajo inútil y sin esperanza “ no deja de ser, terrible, tragicamente verdad.
Newman tenía un enorme papel en Inglaterra. Una gran labor como el mismo lo sabía y lo confesaba. Tenía una realidad tan grande, que parece increíble que aun no nos demos cuenta de que su testimonio sigue siendo valido, como filosofo y teólogo, como mero buscador de la verdad, tan viva como él la experimentaba. Porque Newman no era sólo un genial escritor, un intelectual, un predicador, sino, ante todo, una persona contagiante, alguien que veía las cosas y que, en conversación con ellas, sobre todo, viviéndolas, daba fuerza a los demás. Los seres de nuestro siglo, como diría Newman, parecen haber olvidado el amor donativo y absorbido el amor adquisitivo. Pero para eso está la luz y tambien, concluiria, su pensamiento y experiencia de su vida que, como escribiera en aquellos versos a su regreso de Roma a Inglaterra en 1832; “Guíame, dulce luz, en medio de las tinieblas que rodean, guíame hacia adelante. La noche es oscura y estoy lejos de mi casa. ¡Guíame hacia adelante! Guarda mis pies. No pido ver el horizonte lejano, un paso me basta.”