Roa Bastos: el asombro frente al Misterio
Porque el hombre, mis hijos- decia repitiendo las mismas palabras de Gaspar – tiene dos nacimientos. Uno al nacer, otro al morir.
Muere pero queda vivo entre los otros si ha sido cabal con el prójimo.
Y si sabe olvidarse en vida de sí mismo, la tierra come su cuerpo
pero no su recuerdo.
Hijo de Hombre
Roa Bastos fue un narrador, qué duda cabe, ¿pero podría de alguna manera su narrativa considerarse filosofia? Una respuesta inmediata, casi instintiva, sería negativa pues la filosofia tiene sus métodos – seria lógica, dialéctica, metafísica o fenomenológica – en una palabra, tendría sus cauces por donde discurrir su afanoso quehacer. Y la obra del escritor no pretendió ser tal cosa. No obstante, la pregunta es, creo yo, pertinente pues si la filosofía es una forma de expresar el alma humana, el ser nacional de alguna manera, y la obra de Roa ha llenado con creces dicha tarea, ¿no podría considerarse su narrativa como filosofía?
Me inclinaría a pensar que sí; un gran aspecto de la obra roabastiana genera preguntas, propone alternativas, cuestiona la realidad, provoca, en fin, una racionalidad como modo de entender el mundo; en síntesis, destila una filosofía. A un año de su partida, la importancia de éste aspecto de su legado para la formación de la conciencia nacional – como todos los legados – debe comenzar a elaborarse, labor que no solo debe ser un compromiso de contemporaneidad sino que también exige – de seguro – ser re-escrito por cada generación. En ese contexto de provocación filosofica, tres intuiciones – me atrevería a sugerir – inspira la obra de Roa: la de una narrativa como razón histórica en primer lugar; la de una narrativa como razón poética mas tarde, y la necesidad de, finalmente, pergeñar una razón profética .
La razón histórica está presente en la obra de Roa. Una historia – sin embargo – sin la lógica y la factualidad de una memoria que pretende la objetividad fría, mecánica del hecho, sino una forma de expresar y recrear la realidad, cuyos factores no se agotan en la mera elaboración del método histórico cientificista. Es que el hecho del Supremo o los tendotás en nuestro pasado requieren la connaturalidad de lo narrativo como medio de rescate de los orígenes nacionales. La narrativa histórica barroca deviene así razón explicativa de hechos que parecerían míticos pero que, de ellos tenemos experiencia concreta, poseen la realidad insoportable de las siestas calcinadas de viento norte.
Ese doloroso proceso histórico cobra, asimismo, otras formas que reflejan y embeben la narrativa de Roa. Me refiero a la razón poética, esa forma híbrida de análisis filosófico – como la formulara tan bien Maria Zambrano – de asir las cosas y los hechos en una mezcla de razón y poesía, de verdad judiciativa y belleza estética, como una manera de huir de los academicismos racionalistas que, antes de mostrar el rostro de la realidad, lo encubren. La Cristología subyacente en Hijo de hombre no es sino la expresión cabal de dicha racionalidad, la forma poética de proponer una antropología de la esperanza terrestre del hombre paraguayo.
Finalmente, la formulación de una razón profética. Roa hace un anuncio; muestra una propuesta de liberación. Su humanismo terrestre – marcado en la poesía y el mito del Cristóbal Jara y del Supremo– anuncia un nuevo amanecer. O acaso solo lo pretende, lo desea, prefigura, un amanecer que, aparentemente, nunca se hace mediodía, nunca llega. Roa hace que sus personajes, como los de Unamuno, busquen la verdad aun a sabiendas de que no ha de encontrarlas mientras estén en este mundo. Roa parece profesar – como el filósofo de Salamanca – una religión de lucha incesante e incansablemente con el misterio.
Ortega decía que era necesario seducir hacia los problemas filosóficos con medios líricos. Roa fue y es, en ese sentido, orteguiano: nos fascinó su recuento de la realidad, estimulando una racionalidad histórica, profética y sobre todo poética. Así como un filósofo si no es buen escritor, no es buen filósofo; un narrador que no estimule el pensamiento es menos escritor. Roa fue grande, como Camus, al igual que Sábato; supo utilizar la metáfora como moscardón socrático que nos despierta de nuestras somnolencias cómplices; de creer que la realidad se agota en lo que vemos. Pero los factores de esa realidad van mas lejos; su narrativa no ha hace sino asombrarnos ante el misterio del ser.