¿Se cierne la tormenta?

Nada es como antes. ¿O acaso alguna vez fue mejor? De cualquier manera, la realidad es preocupante. La integración de las democracias post-segunda guerra mundial ha entrado en su más profunda crisis. Populismos y nacionalismos reactivos están cobrando fuerza, mostrando la fragilidad de sistemas que han construido sobre arena. La arena del olvido de las raíces culturales cristianas, generando democracias de mero procedimiento y donde la misma idea de justicia o dignidad es apenas una palabra de relativo significado. La ingeniería social de Bruselas, alejada de la realidad, interesada solo por derechos abstractos, se ha puesto de espaldas al proyecto inicial de Europa de los Adenauer, De Gasperi, Schuman.

En ese contexto, desear una feliz Navidad para muchos no sería sino una pura frase vacía. Mírese el caso de los refugiados del Medio Oriente, desplazados por guerras milenarias y el terrorismo irracional del Estado islámico. Realidad que no hace sino abrevar el viejo nacionalismo Europeo del estado-nación, con una Rusia nostálgica del imperialismo de los Zares, que parecería tener el “arco libre” en estos momentos ante las promesas de retirada hacia su propio territorio y sus intereses del recientemente elegido presidente americano Trump. Estados Unidos primero, la globalización y los intereses internacionales vendrán después, repite Trump con frecuencia, haciendo eco a una vieja tradición americana de aislacionismo. Es hora, dice el nuevo populista-electo-presidente, que Europa se defienda sola.

Latinoamérica, que tiene posiblemente una tasa de desempleo de jóvenes más alta, ve el crecimiento económico como una realidad desigual, crecimiento que no deja de ser un espejismo para miles de ciudadanos que no pueden acceder a los bienes vitales de la vida. Y las utopías, las dinamizantes e inspiradoras de un tiempo pero que a la postre terminaron en un gran retroceso al desarrollo, ha bajado el telón con el fallecimiento de Fidel Castro. Con la globalización cuestionada, o por lo menos, cierto tipo de globalización economicista, la globalización de la revolución no deja de ser sino el recuerdo de una época dorada que nunca existió. El sueño de la tierra prometida, terminará, más tarde o más temprano, con un restaurante de McDonald’s en el Malecón de La Habana. La realidad es tan dura que parecería no admitir buenos augurios. El futuro se presenta oscuro.

La Iglesia parece no estar mejor. Denuncias de abusos y deserciones. El Papado de Francisco enfrentando quizás la crisis más delicada desde los tiempos de Enrique VIII y Thomas Moro. Cardenales de la Curia pidiendo aclaraciones al Pontífice sobre ciertas ambigüedades de su reciente Encíclica Amores Laetitia que, en algunas diócesis, ha llegado a enfrentar públicamente a obispos. La pregunta es si se ha roto la continuidad de la tradición de la enseñanza moral de la Iglesia con la, aparentemente, ¿aquiescencia silenciosa del Pontífice? Este es, palabras más, palabras menos, el tono de las preguntas al Papa. Parecería que cierto congregacionalismo amenazaría la unidad doctrinal y pastoral de la Iglesia. Pero el cisma se mantiene soterrado por el momento. Y también, en la misma vena, tres de los más connotados filósofos católicos actuales, John Finnis, Germain Grisez y Robert Spaemann han escrito al pontífice sobre la misma situación, previendo una suerte de relativismo subjetivista si en la evaluación de los hechos morales se da primacía a la conciencia. ¿Ha llegado el imperio del relativismo al interior de la Iglesia? En algunos casos, parecería que, subrepticia y lastimosamente, el germen ya existe.

Todo esto se acelera en las democracias liberales, como la de Estados Unidos, donde la intolerancia cobra un lenguaje muy definido; el de la intransigencia contra el sentido de la verdad y la realidad. La exclusión y la marginación de los cristianos – a menos que los mismos se avengan a lo políticamente correcto y a una postura ambigua e irenista aceptada por las élites, ha hecho que no pocos se mimeticen en nóveles catacumbas. Se los condena al olvido en nombre de la democracia procedimental sin contenidos. Mientras tanto, las minorías cristianas en los países árabes, Irak o Egipto, apenas sobreviven amenazadas por la intolerancia de sus estados fundamentalistas revolucionarios.

El panorama del mundo está oscuro. Pero si la realidad nos fue donada, entonces a esa oscuridad de la noche le tiene que seguir la aurora de la esperanza. ¿No será esto mera expresión de deseos, voluntarismo barato, esa esperanza de creer que las cosas amanecerán buenas cuando las circunstancias no lo son? Tal vez. Pero me animo que decir que la realidad está ahí con sus signos. No es mero capricho de un destino ciego. Creo que la crisis del totalitarismo ideológico como las del totalitarismo relativista actual, en el mundo secular y en la propia Iglesia, comparten la misma raíz: el olvido del espíritu que no es sino el descuido de la realidad. Y eso nos revela el abandono de la raíz y el sostén de nuestro ser: el pretender que las reglas, el control de las cosas, está en nuestras manos. Que nuestro modelo es más el espíritu de Prometeo que el de Job.

Pero, ¿es ese otro mundo posible? Ciertamente. Es la hipótesis que exige la verificación en nuestra vida: que el Infinito de Dios se encarnó, y vive entre nosotros. A pesar de todo. Eso es una ilusión me objetará más de uno y, tal vez con razón- pero, me pregunto, si no hay un referente al Misterio, a Dios ¿cómo nos elevaremos más allá del mero consenso político? ¿Cómo evitaremos que la vida no sea mera justificación de deseados cielos ideológicos? Se cierne la tormenta, es cierto, pero también existe esa tabla de la realidad a la que asirse. Es que sin un significado venido de lo Alto, al decir de Shakespeare en Macbeth; nuestra vida (la política incluida) no sería sino sombras caminando, la historia de un cuento narrado por un idiota, pleno de furia y sonido pero sin ningún significado.

http://www.lanacion.com.py/2016/12/15/se-cierne-la-tormenta/