Filosofia Politica 1. Sin familia no hay Estado
La fe cristiana no es un sentimiento, una realidad que una persona sienta como se siente la realidad sensible de las cosas. La fe es un conocimiento, y como tal, racional, discursivo, iluminador de las cosas como la ciencia o la filosofía. El sentimiento, no obstante, puede existir en la fe, pero no es lo primario, el modo de contacto con el Misterio de Dios. La fe es, por lo tanto, algo más, mucho más, pues implica un conocimiento real de las cosas y no sólo de aquellas que nos trascienden sino con aquellas a mano, aquellas que están a nuestro alrededor.
Este es el gran déficit que acarreamos al tratar de entender la realidad política y social. El suponer que la fe se reduce a una creencia meramente romántica sobre las cosas, reservándose -por supuesto- a la ciencia el ámbito exclusivo de dicha realidad. La fe y Dios, si existen, no cuentan para la economía, por ejemplo. Por lo tanto, es un saber inútil, a menos que se lo confine a ámbitos de consolación privada de los ciudadanos. Esa es la pretensión, precisamente, del ideologismo populista, de izquierda como de derecha: la de reducir al hecho religioso a un asunto privado y dejarles a ellos, a las ideologías, dirigir a sus anchas la marcha social, la Iglesia a los templos como nos dijo Juan Pablo II en Paraguay hace más de dos décadas. La razón pública debe “encerrar” a lo religioso por ser subjetivo, y por lo mismo, irrelevante para la realidad social.
Pero ese es un error y no sólo eso, es un error grave pues impide a los individuos y ciudadanos el conocimiento y reconocimiento de las cosas. Y sobre todo, la política se hace totalizante, el poder se torna lentamente totalitario. ¿O por qué se cree que Dios revela al ser humano su sabiduría, si no es por la razonabilidad de la misma para la vida, para contener el desvalor omnicomprensivo del mundo? ¿O acaso la fe es una realidad sólo para “sentirla” como mero cosquilleo místico sin relevancia social? Nada de eso es cierto, puesto que, si lo fuera, el cuerpo social se empobrecería. Contrariamente a lo que se sostiene, la fe sí forma parte del conocimiento racional y público y no es una mera afectividad hacia lo temporal.
Esta experiencia de fe se palpa en la familia y la educación, ambas vitales para una república que se precie de pluralista. Sin tal experiencia, el pluralismo se empobrece. Si una república pertenece a todos, entonces los padres tienen derecho a la educación. La razón es clara; si la familia como tal es el lugar fundamental en que la persona es conocida y formada en el juicio de la realidad, entonces, existe el derecho y la responsabilidad de los padres en educar a los hijos. Ese es el sentido de gratuidad y de singularidad que ha reafirmado la fe desde los inicios. Sin este espacio, sólo queda el peligro del totalitarismo del Estado; que sea este y no la familia, el único y exclusivo generador de pautas morales, de educación, y de deseos.
La familia y la unión de familias como gerenciadoras de una educación no estatal o, en nuestro tiempo, de una educación a pesar del Estado, es el camino natural, y seguro de garantizar una pluralidad de juicios frente a la tentación siempre acechante del Estado como agente “nivelador” de conciencias. Por eso, la imposición de un marco de educación homogeneizadora dejaría de lado la riqueza de la singularidad de una presencia cristiana, lo que conllevaría a una disminución de la capacidad plural, del pluralismo, de una república. Así, con familias y jóvenes reeducados por el Estado, no habrá conocimiento real sino mera repetición de consignas propias de individuos sin la dignidad garantizada por Dios.
Sin familia por eso, sólo queda el Estado, y el “hacerse” con la educación es por eso, y lo ha sido siempre, el medio más común del poder. Es que si todos piensan igual, entonces se acabó el juicio crítico frente al poder. Esa es, lo señalamos ya varias veces, la tentación totalitaria del modelo liberal-laicista actual. Así, si la fe -que es un impulso vital para lo humano- se encierra, entonces el propio sistema político se torna menos humano, no razonable, y por lo mismo, políticamente fragmentario y totalizante pues, desde el inicio, la fe ha sido la fuente generadora de juicios diferentes al del poder. O dicho de manera breve, sin familia sólo queda el Estado y con ello, la libertad se desvanece.