El drama del progresismo democratico : El pecado contra la realidad

La crisis de confianza en el gobierno o tal vez sería mejor decir, en el claro liderazgo del presidente Lugo no es nuevo. Inseguridad ciudadana, educación ambigua respecto a lo que es el matrimonio, y la familia y, últimamente, vacilación respecto a la solidez de la economía – pues pasado ya el tiempo de los precios óptimos a los productos de exportación – la duda crece con motivo a un presupuesto inflado, y populista, que abriría las compuertas a la inflación y, así, al aumento de la pobreza.

Ante esta esta realidad y vacío de saber que hacer, uno se pregunta ¿no sería hora de reflexionar acerca del cambio que se aposto hace tres años? Escandalizarse de la situación, en estos momentos, no sería de mucha ayuda. El país, en varios de sus aspectos, está en crisis. Y esa crisis se agudiza al ver a los dirigentes que supuestamente debería ayudar a superarla. Peor ahí yace, justamente, el drama. El drama de la política paraguaya es el drama del ideologismo, un drama, se debe decir claramente, de ideas sin realidad. La propuesta de un imaginarse de lo que debe ser una sociedad y un pueblo – como producto de un deseo de pura especulación ideológica – sin un sujeto o pueblo que lo encarne.

Y el caso es lógico: el luguismo no ha sido una propuesta; no la ha sido ni posee la posibilidad de serlo en el futuro. . Fue apenas una forma coyuntural de superar la larga noche del clientelismo para de pretender dar soluciones sin un cambio real de actitudes y sin formar un sujeto social que real y concretamente lo lleve a cabo. Ha sido unas alianzas de cúpulas y de poder. Lugo encarna el engaño trágico del progresismo que, desde dentro de la Iglesia, no ha querido morir desde los años sesenta: un pecado grave contra la realidad. La de creer que la realidad de las cosas, políticas o económica, se cambia desde el poder. Que la construcción de la sociedad no nace de una experiencia vital y sobrenatural sino meramente pragmática, de poder, de alianzas. Que la política basta para superar la división que habita en el corazón del ser humano. Es la negación implícita del pecado original.

Ese progresismo venía de lejos pero se asentó en nuestro país desde el año 2008 y la realidad del sujeto del pueblo y la ciudadanía, como tal, se le escapo. No tiene respuesta para la misma. Por eso su forma de gobernar la niega. O la retuerce tratando de imponer un modelo de sociedad ajena a las raíces más profundas de su historia, a pesar, de haber sido el mismo Lugo un producto de una comunidad que lo ha educado desde una experiencia de realidad: la Iglesia. Hoy esa comunidad es mirada, por ese gobierno – gran parte de su administración educativa – como “medieval,”, lo que implica, un pueblo atrasado, tradicionalista, incluso reaccionario. La realidad de la experiencia de ser familia conforme al sentido común y la experiencia de siglos, es, según parece sentirse desde el gobierno, el problema. El progresismo ve en esta realidad el atraso. Es simplista, reduce la realidad a eslóganes, cree que una retórica romántica -ideológica le va a evitar las consecuencias que se le vienen.

Esa ha sido, precisamente, la ilusión ideológica del progresismo liberacionista de los años sesenta que se niega a morir – de que se podría hacer política sin renovar los corazones, sin crear un sujeto, un movimiento, una cultura auténticamente humano-cristiana. Esta es la trampa en la que se nos ha metido de bruces en el afán de sacarnos de encima la loza de la marea colorado en su afán de cambio real ; ¿cómo se pretendía que un ex obispo metido a líder político genere una autentica republica plural sin general primero un sujeto que haga posible esa política cristiana?

El legado del “lugismo” representara, lamentablemente, el dolor lacerante de creer que el poder sin más hace la historia; de que al fin de la jornada, el hacer pragmático de las cosas políticas tendría primacía sobre el ser, de que la tecnología o la ciencia suplirán la comunión y gratuidad humanas. Pero no todo es negativo. Toda crisis es parte de la realidad, y debe entenderse también como un momento de dejar de lado un proyecto equivocado. Es una oportunidad privilegiada para darse cuenta de su insuficiencia. En eso, la crisis – su ser mismo – es un acicate para despertar y darse cuenta del error del camino emprendido. Ningún pecado contra la realidad es gratuito. Tiene consecuencias. Pero el modo de cómo responder a esa consecuencia es lo que, en última instancia, hará la diferencia.

Es que el progresismo no quiere reconocer que el ser humano necesita de algo más que sus propias fuerzas para progresar. Requiere de otro para generar el cambio. Ese ha sido y continuar siendo la propuesta cristiana; la del sin mí no podes hacer nada. Lo humano mismo de la realidad se destruye y ahí está la prueba en la crisis. Ese es el único progreso, la de generar lo finito de una sociedad con el regalo Infinito de Dios que comparte su destino.

Mario Ramos-Reyes
Noviembre 25, 2011