La revolución no viene de los valores

Ethics1Se lee y escucha muy a menudo el mismo consejo politico : necesitamos una revolución de los valores. Pero esa terapia social es errada. O en el mejor de los casos, parcial.  Lamentablemente,  los valores no son la revolución pues, paradójicamente, los mismos – insisto –  no son lo primero. Primero es la realidad. La realidad no cambia porque vale sino porque tomamos conciencia de ella – nos convertimos a ella, enfrentándonos, y por eso cambiamos. ¿Mero juego de palabras? Nada de eso. Esto es una antigua y venerada tradición de la Iglesia: operatio sequitur ese;  toda acción sigue a lo que somos. Y no al revés. La apelación a los valores entonces, alteran el orden.

Pero vayamos por parte. ¿Cual es el tema esgrimido por esta pretensión tan extendida? La de que debemos cambiar nuestra axiología: transformar la jerarquía  de nuestros valores pues hemos estado estimando los más “bajos,” aquellos que solo nos apetecen, el dinero, o el poder, olvidándonos de los valores superiores. De ahí que – se requiere – de nuevos o renovados valores para una vida y sociedad nuevas. Se debe recurrir, entonces,  a la moral. El camino es la renovación ética. Confieso que, como profesor de filosofía moral, esta pretensión no deja de atraerme. Es parte de mi trabajo diario ¿O acaso la moral como disciplina, o ciencia practica,  como diría Sto. Tomas, no es la manera como la persona vive humanamente?

Ciertamente que la ética es eso. Y es mucho más. Pero de ahí a que se la considere, además, como condición necesaria para convertir una sociedad de “mala” en “buena,” existe un largo trecho.  Y aun así, existe una cierta tradición eclesial que ha enfatizado los valores como un modo de cambio y evangelización con la sorpresa, me atrevería a decir, de su falta de encanto, de atracción, de poder persuasivo. Debe recordarse que esa vía fue inaugurada como una manera de resistir a las ideologías totalitarias. La salvación consistiría, entonces, en la renovación de los valores, enfatizando aquellos valores “comunes, dentro de la tradición  heredada de nuestros ancestros europeos, valores que el totalitarismo estaba intentando destrozar con tenacidad y fanatismo.

Así, el método de los cristianos era apelar a “valores comunes” para enfrentar al enemigo habitual: los totalitarios. Y la lista de los mismos era larga: tolerancia, y libertad, igualdad y dignidad eran algunos de esos valores “puentes” que intentaban unir a grupos o experiencias humanas, separadas por  concepciones del mundo incompatibles entre si.

Había un enemigo, se creía entonces, que podía ser derrotado, por una sociedad renovada por valores comunes. Era el optimismo democrático, la parusía de la política en los anos posteriores a la Segunda Guerra mundial. Era, finalmente, la espera en que un maridaje entre el democratísimo y cristianismo en base a valores comunes se configuraría el antídoto contra todas las guerras y totalitarismos.

Esta pastoral iría incluso más lejos mas tarde.  Se  pretendió que esa unidad en torno a los valores comunes, una vez superados o criticados los totalitarismos de la post-guerra, daría lugar a una colaboración entre cristianos y marxistas – ambos tolerantes, equitativos, justos, revolucionarios –  por ejemplo, para derrotar “solidariamente” a una sociedad burguesa y excluyente que bloqueaba a las clases pobres y trabajadoras.  A la postre, esos valores se sostenía entonces – valían para todos aunque Dios no existiera. Era la esperanza terrena de los años de la Guerra Fría, tiempos de una mezcla  rara de marxismo-cristianismo, brebaje toxico que devoro la fe de muchos creyentes.

Y no podría haber sido de otra manera: los valores como tales, “descolgados” de la realidad como entidades solidarias – aunque en acuerdo con otros – se diluyen como terrón de azúcar en una taza de café. El cristiano aparece cada vez mas solo,  pues los “valores” pierden toda consistencia convirtiéndose en mera tabla de buenos deseos o sentimentalismos vacíos. Y eso es aun más dramático en nuestro tiempo, post-ideológico y post moderno, donde las palabras han perdido todo significado real. Los conceptos y palabras,  los valores y su significación, son meras cascaras vacía, suerte de mboi pire,  sin nada adentro. Es que ya casi no existe un subsuelo cristiano que suponga nada común. No debe extrañar entonces que muchos cristianos, incluso católicos,  crean que la fe es adherirse a valores o reglas morales y el mejoramiento de la sociedad esta en relación con la “calidad” o jerarquía  de los mismos.

Pero nadie se agita, o se transforma por una idea. La vida no se cambia por una abstracción sino por el rebosamiento de otra vida. Es el esse el que precede al operatio, nuestra experiencia  la que genera vida y no al revés. No es la acción o adherencia a valores lo que nos mueve; no es algo sino alguien nos cambia, atrayéndonos. Ese es el talante, además, de este tiempo postmoderno: ya no se cree en nada y, todo es relativo por lo que lo único que impacta es el encuentro con grupos que viven algo diferente y que provocan preguntas,  comunidades que son testigos del Infinito. La revolución viene de este encuentro y no de los valores. Es el cristianismo de Presencia: la de hacer “ver” al incrédulo de que Cristo es un acontecimiento presente. Es el cristianismo como condición que hace posible que los valores puedan ser vividos para que la persona sea tal. El resto es pura moral y ética vacías….pero nada mas..

Mario Ramos-Reyes