Política exterior: más allá de meros intereses

Que los Estados no tienen amigos o enemigos sino solo intereses es una frase de política exterior. De una política realista, cruda, pragmática, pues no refleja mucho idealismo. Aparece cínica, escéptica, mostrando el rostro impersonal de los actores estatales. Los Estados aparecen así sin “alma” compuestos solo de “materia” y como tales, persiguiendo aquello que llenan sus arcas. O, como ocurre a menudo, las faltriqueras de aquellos que ejercen el poder del mismo. El hecho de que muchos le atribuyen al presidente estadounidense Woodrow Wilson es, tal vez, significativo. Wilson, cuya propuesta a fines de la guerra del catorce, la Primera Guerra Mundial, creó un orden internacional, mezcla de idealismo, pero también de un realismo impersonal, que terminó en el fracaso. En menos de veinte años, el mundo se enfrentaba de nuevo a una conflagración sin precedentes.

La lección de la historia, si de tal pudiera hablarse, es mirar y evaluar a las naciones y sus Estados, no solo desde el punto de vista “material” –de meros intereses aun cuando son importantes–, sino de los valores que representan. Y en eso, aún hoy, la mirada de Wilson de crear un sistema internacional donde los conflictos se resuelven dentro del marco del derecho, pero, sobre todo, mirando la conducta de los actores, es necesaria. Más allá de los apresuramientos o no, de mover embajadas, una reflexión serena sobre las razones por las cuales un Estado se vincula con otro, es vital. Los Estados no se relacionan, o no deberían relacionarse, porque sí, o por meros intereses, sino por una historia común de valores, principios.

Creo que el valor del vínculo del Paraguay con el Estado de Israel muestra una veta y tradición común que, difícilmente, se pueda comparar con países cuyas tradiciones y sistema políticos están en las antípodas de nuestro país, como Irán u otros regímenes teocráticos-árabes. Es importante hacer memoria de lo que Israel representa para nosotros. Y para la historia de la humanidad, la de los pueblos libres.

Israel es la única democracia liberal y pluralista del Medio Oriente. Me atrevería a decir más: Israel es uno de los tres ejes que, históricamente, nos han dado el espíritu de libertad de lo que se ha venido a llamar Occidente, la cuna de la democracia. Una forma de ser, un “espíritu”, una fuerza inspiradora que, contrariamente a los griegos que enfatizaron la razón, miró a lo alto y nos dio la fe, la fe en un Dios –el Dios de Israel– que nos hizo ver que la persona humana, cualquiera ella fuera, como irrepetible, digna, irremplazable. Sin esa memoria histórica heredada del pueblo judío no hay derechos humanos. No hay democracia.

Fíjense que la democracia parlamentaria israelí tiene entre sus miembros a congresistas árabes. Así como también, el sistema judicial, incluso la Corte Suprema tiene un miembro árabe. Es pluralista. La división de los poderes, sobre todo la independencia del Poder Judicial, está garantizada. El sistema, más allá de sus imperfecciones o aciertos de políticas públicas –que por supuesto criticables– representa lo mejor de la tradición de la democracia liberal de Occidente. El hecho de Jerusalén, la capital, viene de lejos. Ciertamente, la decisión no es arbitraria: Jerusalén es el símbolo del pueblo de Israel que no quiere más ser expulsado de su tierra como ha ocurrido por siglos.

Todos queremos una paz negociada ciertamente. Queremos respeto para el pueblo palestino. Claro. Pero no es menos cierto que el reclamo de Jerusalén por parte de Israel no es tampoco, exclusivamente, una mera cuestión política. Insisto, es existencial, radica en su identidad de siempre. Compárese todo esto con lo que hoy nos muestra el contexto internacional. Hoy, el mantener vivas a las democracias liberales, donde las instituciones políticas estén garantizadas por un estado de derecho, y cuyas políticas incluyen y exigen una economía libre y la formación de gobiernos a base de elecciones pluripartidistas, no es fácil.

La nueva geopolítica mundial, con las amenazas, sordas, y no tanto, de la Rusia autoritaria de Putin o de la China despótica de Xi Jinping y sus acólitos de Irán y otros autoritarismos del Medio Oriente, son la contracara a toda esta visión. El antisemitismo solapado y abierto al interior de muchas democracias liberales, tampoco es una anécdota más. No me imagino el estatuto de la libertad religiosa en sistemas cerrados como los precedentes. Si el Paraguay busca avanzar su democracia liberal, estado de derecho, con un sistema político abierto a una globalización inteligente, debe mirar ciertos valores consistentes con ese sistema. Buscar acercamiento a países autoritarios, como lo han hecho varios de los del “socialismo del siglo XXI” de Venezuela a Nicaragua, me parece traicionar las raíces mismas de la tradición liberal y democrática del país.

Negar la reputación de Irán y sus acólitos árabes, o intentar un acercamiento, es remitir un signo de disponibilidad de colaboración con aquellos que financian terrorismo y desestabilizan a la consolidación del sistema democrático, transparente, que la democracia paraguaya, desde el año 1989, dice estar buscando. La República Islámica de Iran ha amenazado la destrucción total de Israel más de una vez, desde que los mulás se hicieron con el poder en 1979.

Vuelvo al inicio: los Estados no tienen solo intereses, sino también ideales, valores. La democracia paraguaya, en la inestabilidad de su política exterior, demuestra no solo su falta de visión de Estado, y los valores e ideales de este, sino que, y es lo más grave aún, se está negando a sí misma, está traicionando su propia historia. Y esto apena. Aunque ya a esta altura uno ha visto tantas cosas que, ver a políticos actuando sin norte ni ideales, no hace sino confirmar lo que pasa, también, al interior de algunas democracias liberales: la de políticos meramente actuando, pura pose, con gestos superficiales, vacíos de proyectos. Más bien, mostrándose solamente al escaparate electoral, pues en esta época posmoderna, la política parece no tener alma, carecer de substancia, sino devenir en mera, trágica, apariencia.