Si no hay persona, no hay república
Convengamos con el lector en algo básico, tan evidente que no necesitaría corroboración de ese algo. Nuestra época, y me refiero al tiempo cronológico de nuestras vidas, independiente del lugar -sea la América Latina, los Estados Unidos o, la comunidad Europea- ha dejado de lado, por desconocimiento o cansancio el tiempo de “los grandes relatos”. Las grandilocuentes explicaciones de lo que ocurre en clave ideológica, sean del signo que fueren, se han abandonado. La clave de la “ideología” como factor interpretativo, ha perdido fuerza. Ya nadie cree, -a menos que aún esté encerrado en su caparazón ideológico- que los conflictos que están ocurriendo, desde el terrorismo hasta el cambio climático, se puedan interpretar apelando a conceptos simples como “resultado de la lucha de clases”; o bien, la disparidad de riqueza entre el norte y el sur; o entre países que se han “modernizado” y los que no.
La post-modernidad, nacida de los escombros de la caída del Muro de Berlín en 1989, y luego, confirmada con el derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, han mostrado la vacuidad de esas grandes explicaciones ideológicas, los grandes discursos narrativos. La postmodernidad ha hecho trizas el concepto de sistema, característico de la modernidad. La burocracia y política pública como parte de un sistema, impersonal y deshumanizante, está cuestionado. Es menester comprender esto, si se quiere discernir la situación del mundo de hoy. Ya no hay más grandes verdades, solo pequeñas “charlas,” individuos hablando y escribiendo tuits en frenética ansiedad virtual, razones fragmentadas que muestran que ya no hay un “centro” sino una miríada de presiones digitales (políticas) que hacen que la tela común de la convivencia humana se torne difícil, conflictiva, dramática.
Estamos “más allá” de toda confrontación ideológica, y donde lo que vale, al parecer, es el sentimiento local, demostrado con el resurgimiento de los populismos europeos o americanos. O tal vez, sería más certero decir: estamos caminando hacia un rechazo del globalismo ideológico planetario, Brexit es un ejemplo, que parece haber negado las subjetividades de las comunidades políticas. Hay un sordo malestar en las democracias contemporáneas. Fíjese el lector el corcoveo de regiones y países que resienten la violación de su soberanía frente a los embates de la burocracia de Bruselas, o la de Washington o bien, el establecimiento de políticas públicas, desde la familia hasta el medio ambiente de las Naciones Unidas o la Organización de Estados Americanos.
Me pregunto: ¿no es este el tiempo propicio para la República? República como régimen de Estado que confía no sólo en las mayorías, sino en toda la sociedad política de autodeterminarse. Y como tal, su lenguaje deja de ser meramente proselitista y populista e hinca sus intereses en la educación propia del ciudadano. Un lenguaje que no es elitista, sino más bien el modo en que el sistema político “cobije” al ciudadano, y lo deje en paz para valerse por sí mismo. El ciudadano es el que se autogobierna y, no el robot que es gobernado. República, una democracia republicana representativa, o tal vez sería mejor llamarla, una república representativa, como oposición a la democracia burocrática centralista, parecería contar con un tiempo privilegiado. Pero advertimos, no todo lo que se lla república es república. Pues al decir de Aristóteles, el que exista un número de gente en una polis no significa que exista una república.
Es este punto, que me parece dramático, el que se ha olvidado en este contexto. Se define a la persona, y por ende al ciudadano, exclusivamente como realidad pensante y, como tal, con una autonomía absoluta para decidir sobre su suerte, vía burocracia estatal o de órganos burocráticos decisorios internacionales. Si no se puede pensar, racionalmente, no se es persona. Decisiones lamentables como el que el enfermo terminal sin conciencia, ha dejado de ser persona y devenido apenas en un ser vivo, y por lo mismo, deja de ser sujeto de derechos. O bien, que el embrión no es todavía persona, apenas un ser vivo o persona “en potencia”.
Y con esta visión reducida de la persona, se empobrece, se socava la república. El establecimiento de políticas públicas de salud en países como Estados Unidos, o de la Comunidad Europea, ya comienzan a contemplar la eutanasia como parte de su paquete de beneficios a cubrir. El ciudadano ya no decide, últimamente, sino que se decide por el ciudadano, conforme al cálculo de costos que la edad y enfermedad o su tratamiento podrían causar al erario público. Así, sólo una perspectiva personalista, una república asentada en una noción clara y completa de la persona, vital, puede fundar (y salvar) a la republica de sus tendencias suicidas.