Economia y Valores

Una economía dejada al juego de la fuerzas de las libertades del mercado, no genera fines y valores para una sociedad. Es más, la libertad de mercado sería ciega, dando lugar a lo que se denomina “agnosticismo valorativo”, pues existiría incapacidad de conocer, de “saber” –eso es agnosticismo- lo que esta bien o mal (de ahí lo de valorativo). Solo existirían intereses, necesidades, que estarían ahí, fatales, que se adjudicarían mecánicamente, sin criterios de justicia.

Esta afirmación, usada comúnmente para negar la fuerza creadora del mercado, olvida una serie de aspectos que hacen que dicha libertad sea inteligente, y con sentido de bien común. Y sobre todo, ignora que dicha libertad no debe ser atribuida a un sistema inerte sino encarnado en individuos concretos, cuyo sentido moral existe (o no existe) independiente del sistema económico. En este contexto, tres aspectos fundamentales se deben tener en cuenta.

En primer lugar, todo sistema económico, pero también político, no es en sí autosuficiente.

Presumir que el libre mercado como tal determine un tipo de conducta específica, sería negar la posibilidad de la libertad de elección del individuo.

Seria ceder trágicamente, a un determinismo estructural; esto es, la creencia de que la conducta o inconducta ciudadana estaría “marcada” fatalmente por instituciones o leyes rígidas, por lo que sólo cambiando éstas, el resto, -la conducta y modo de ser ciudadano- cambiaría. Como si el sistema hiciera al ser humano como es. Es obvio que esta perspectiva es falsa, pues deja de lado la libertad del individuo para dejarse o no ser manejado por las estructuras.

Un segundo aspecto refiere a la perspectiva que echa el acento en el individuo. El problema del “egoísmo” del sistema, se afirma, no es realmente del sistema sino del ciudadano. El individuo es el que determina lo que las cosas son, buenas o malas.

Depende del ciudadano exclusivamente la marcha de, por ejemplo, estructuras económicas. Nada de “afuera” le afecta sino que es él, el verdadero artífice del cambio. Por eso, esta posición enfatiza la formación de hábitos, instilando el sentido del deber mas allá de los beneficios personales que podría tener, o el temor a la sanción de la estructura legal que pudiera sobrevenir. La consigna es aquí hacer el bien, ser un buen ciudadano porque es lo correcto. La utilidad, el lucro, se dará por añadidura. Solo si el ciudadano es tal por convicción propia, nutrirá como por ósmosis al sistema económico o político con las virtudes propias de la justicia.

El tercer aspecto, sin embargo, es el decisivo; aspecto que además, creo, es el correcto. Es la interacción entre la libertad del individuo y la “vida” propia del sistema económico.

Posición que implica la aceptación de nuestra realidad humana de criaturas limitadas, movidas por intereses individuales, las más de las veces egoístas, generosamente las menos; pero condicionados fuertemente por un sistema que presiona sobre nosotros. De ahí que se prescriba la necesidad de virtudes y hábitos para atenuar las imperfecciones de nuestra conducta. Pero necesitamos de algo mas; pues algunas veces tomamos la iniciativa, las más esperando algún estimulo o premio que justifique nuestra actuación. Así, esta perspectiva intermedia, si bien confía en la libertad individual, quiere que ésta sea estimulada por factores “externos” como premios, incentivos, ganancias para “mover” las voluntades ciudadanas.

Es el realismo del mercado, un sistema –como se ha dicho más de una vez– no apto para santos, pero tampoco para corruptos, sino solo para “pecadores” que tratan de hacer lo que mejor pueden a pesar de sus debilidades. Por eso es el reconocimiento social y gratificación económica que una sociedad confiere a los emprendedores (o el castigo a los corruptos) lo que pone en marcha -o no- a la economía. Si lo que se quiere es cierto tipo de conducta, emprendedora, capaz, llena de iniciativa, lo que se debe hacer es entonces establecer los incentivos sociales respectivos.

Recapitulando. No es que la libertad de una economía de mercado conduzca al agnosticismo valorativo, sino que esta ceguera de valores –si es generada por el sistema económico– es porque la sociedad ya lo reconoció como tal. Es que nadie da lo que no tiene. Lo dijimos la semana anterior: la libertad no es un sin más, sino la de alguien con una historia, unas creencias. Si el sistema económico es ciego de justicia es porque la sociedad como tal ya no había tenido un sentido alto de dicha virtud.

¿Será que nuestra terquedad de promover a corruptos con la impunidad legal y moral, así como la indolencia de olvidar, penalizando a los exitosos, socava nuestro interés en promover una autentica competencia económica?

Sobre la Doctrina Social de la Iglesia

Mario Ramos Reyes