Leopoldo Zea: Una filosofía sin más

“Cuando cambia la historia, necesariamente tiene que cambiar la filosofía, puesto que ésta no puede ser sin filosofía de una realidad y esta realidad es histórica.”

L.Z.

El fallecimiento del filósofo mexicano Leopoldo Zea, el pasado 9 de junio, a la edad de 91 años, en la ciudad de México, pone fin a toda una era de la filosofía de habla hispana. El hecho en sí posee un profundo significado en la historia de las ideas de América Latina —Zea posiblemente sea uno de los últimos grandes humanistas— y, sobre todo, personalmente, por la influencia que ejerció sobre lo menos malo de mi pensamiento; la posibilidad de un pensar universal desde lo particular; de ser latinoamericano y occidental; la realidad de ser total y singular al mismo tiempo. Zea dio un nombre a dicho proyecto: la filosofía sin más, que brotara de las necesidades de América Latina, pero sea una propuesta de universalidad.

Dicho proyecto representa toda una época de la filosofía latinoamericana, la de los años cuarenta —la generación “técnica o profesional”—, la del uruguayo Ardao y el peruano Miró Quesada —diferente de las anteriores—; la de los “fundadores” de principios del siglo veinte, Deusta o de Figueredo; y “autodidactos”, Romero o Mariátegui, de los treinta y cuarenta. Alumno de aquel célebre transterrado, don José Gaos, el maestro Zea inicia de la mano del español su proyecto: una filosofía que no “pida prestado” a la europea elementos para su propia identidad.

¿Cómo resumir en un breve artículo la riqueza del proyecto zeísta esparcido en más de sesenta volúmenes, desde El Positivismo en México hasta aquel memorable Discurso desde la Marginación y la Barbarie? Permítaseme hacerlo en cinco aspectos fundamentales. En primer lugar, la filosofía sin más pretende ser un discurso desde Latinoamérica, propio y genuinamente nuestro, que analice los temas urgentes de nuestros pueblos. El hecho detonante de este deseo de Zea fue la situación crítica por que atravesaba Europa, y sobre todo Francia, en los inicios de los años cuarenta. En 1942 las tropas nazis atropellan la ciudad de París, destruyendo a su paso no solo la realidad material y la belleza de la Ciudad Luz, sino el centro de la inteligencia, de la racionalidad.

Es que Francia y sobre todo su capital significaban, para la Intelligentsia, la luz de la razón, una luz que en dicho tiempo crítico, al reconocer el propio Sartre, se esfumaba. “Me di cuenta entonces —Sartre rememoraba luego— que aquello de ser hombre entrañaba ser europeo, y sobre todo ser europeo consistía en ser francés y sobre todo parisino, llegaba a su fin”. Ante tal hecatombe del eurocentrismo filosófico, Zea propone pensar desde nuestras mentes y realidades, y llegar a tener una filosofía propia, sea mexicana o argentina, como hay una francesa, alemana o europea. “Es que se ve hoy al Viejo Mundo —escribía Gaos en 1945— moribundo y se cree llamado a recoger y a continuar su cultura a este nuevo y flamante proyecto”. (Gaos, ¿Filosofia Americana?, 355.)

En segundo lugar, la filosofía sin más aspira a ser universal; pretende que la validez de sus juicios bandee las fronteras de su regionalidad. ¿Filosofia regional y universal al mismo tiempo? ¿Contradicción in terminis? El tema es difícil. Zea trata de evitar caer en dos extremos: un “relativismo” sin salida y sin posibilidad de diálogo (ese tan común multiculturalismo actual donde cada uno posee “su verdad” y ningún “puente” al otro) y un “abstraccionismo” a-histórico, sin conciencia del acontecer concreto, de la arena de la realidad diaria.
El mexicano afirma el nivel concreto (sea paraguayo, americano o latino), pero tendiendo siempre hacia el nivel universal (el denominado sin más). Lo universal es el horizonte concreto que me abre hacia una realidad convocante hacia los Otros. “¿Filosofia latinoamericana? —se pregunta Zea—. No, filosofía sin más; que lo latinoamericano se dará ineludiblemente. Será la respuesta de la filosofía latinoamericana a la pregunta sobre la propia existencia”. (Zea, La esencia de lo Americano, 186.)

En tercer lugar, la filosofía sin más es filosofía de la historia. No existe autoconciencia de la realidad, concreta y universal, sin conciencia de nuestra historia. ¿En qué consiste dicha filosofía de la historia? Es el proceso de discernimiento de nuestra identidad, multifacética y contradictoria, en férrea marcha dialéctica hacia la asimilación deseada. Zea lee la historia de América Latina como la superación de etapas, la del proyecto conservador primero —tradicional, rígido, simbólico, barroco— de los tiempos coloniales (aunque sumergido aún en la cultura popular); y la del proyecto liberal más tarde —importado, racionalista, individualista, utilitario, de los tiempos y las repúblicas independientes—, opuesto al anterior.

Dicha oposición, sin embargo, no significa simple eliminación de lo anterior, sino asimilación, incorporación —la auflebung hegeliana— hacia un tercer proyecto, el asuntivo, que asumiría en maravillosa síntesis el pasado histórico de nuestros pueblos. En dicho proyecto asuntivo Zea ve un cambio, una nueva forma de encarar la dependencia, el europeísmo criollo; asumir lo propio, abrirnos a lo universal; ni historicismo ni ahistoricismo.

“Negación por asimilación —explica—, el dejar de ser en la forma de haber sido, para no tener que seguir siendo lo que se haya sido”. (Zea, Dependencia y Liberación, 18.)

Nótese la actitud de Zea siempre abierta, anti-ideológica, de rechazo a la dialéctica amigo-enemigo, sino de encuentros y aperturas a la riqueza del Otro. Lo que nos remite al cuarto aspecto: la pretensión de que la filosofía sin más es no solo filosofía de la historia sino va más allá, es historia de las ideas. El verdadero filósofo es para Zea el historiador de las ideas. Si la filosofía es manifestación de la realidad histórica, la auténtica dimensión del filosofar es la historia de la filosofía, la historia de las ideas.

Finalmente, la filosofía sin más es compromiso de liberación. ¿Liberación de qué, de quién? Zea es explícito: de la marginación, el olvido, la pobreza, el no ser parte del diálogo universal —no ser considerado hombres—. Pero dicha liberación no debe ser una que termine imponiendo la limitación en otros. No nos liberamos para esclavizar a otros. “Nuestra filosofía y nuestra liberación —concluye— no pueden ser solo una etapa más de la liberación del hombre, sino su etapa final. El hombre a liberar no es solo el de América Latina sino el hombre, en cualquier lugar en donde éste se encuentre”. (Zea, Dependencia y Liberación, 43.)

¿Utopismo? ¿Sueño de filósofo? Quizás. Solo el tiempo, la historia de las ideas, nos espetaría Zea, lo dirá. Por el momento, una realidad es innegable: una filosofía de la historia o historia de las ideas como el proyecto zeísta es considerado como no-filosófico. Está fuera de la historia. La Intelligentsia euro-norteamericana actual, desde Vattino hasta Habermas o Charles Taylor o Richard Rorty —al decir de Enrique Dussel—, no toma en serio a Zea; es cuando más un ensayista; cuando menos, un historiador. Lo que indica, no obstante, que la mencionada pretensión sartreana de racionalidad y europeísmo, racionalidad y americanismo, goza aún de buena salud, a pesar de la pertinaz grandeza del legado del pensamiento del maestro.

Mario Ramos-Reyes