¿“Filosofía” en la Fe?: la propuesta de Ratzinger-Bergoglio

bergoglioUna encíclica es una carta, y una carta para leerla – como su nombre lo indica – en círculo de amigos. Leerla para verificar su mensaje con la experiencia de los lectores. Es la compañía de amigos que, en círculo,  forma la Iglesia. La Compañía de Jesús en suma. La Lumen Fidei, la reciente encíclica del Papa Francisco sobre la fe  es una de esas  cartas: breve, concisa, y en algunos, aspectos, sorpresiva.  Por lo menos, en lo que propone y dice acerca de la filosofía que,  por mis prejuicios personales de seguro, cobran una significación especial para mí. O si no, léanse los nombres de los filósofos nombrados: Nietzsche, Agustín, Wittgenstein, Buber.  Pero veamos a lo que me refiero de manera específica: que rol (si cabe) juega  la filosofía en una propuesta de fe cristiana como es esta encíclica.

Veamos. Para muchos, la filosofía permanece algo ignoto, ininteligible y por lo demás inútil. Y tal vez se tenga razón.  El pragmatismo actual y las necesidades básicas urgentes de nuestras sociedades, las desigualdades inmorales, no la hacen un plato apetecido. De cualquier manera,  la filosofía es lo que es y no puede negar su identidad: es una reflexión – razonable explicación – sobre la experiencia humana sobre el puesto del ser humano en el mundo.; nuestra experiencia; la de sentirnos seres de carne y hueso; de cara a la realidad de los sentidos; inmersos en los avatares de la historia.  De ahí que estamos condenados,  si se me permite la expresión tan negativa, a reflexionar sobre nuestra vida, tratando de descifrar el sentido de cada instante con el sentido de la totalidad de la realidad.

La Lumen Fidei  asi, afirma la importancia de la filosofía de manera sugerente.  Tres puntos podrían indicar, de primera intención,  de manera relevante. El primero es la necesidad de la filosofía como saber decisivo. Y es el hecho que la filosofía – afirma la Encíclica– fue determinante para la difusión de la fe pues “favoreció una fecunda interacción entre la fe y la razón, que se ha ido desarrollan do a lo largo de los siglos hasta nuestros días.”  (LF, 27). La filosofía como saber  fue y es decisiva. No en balde ha sido el compromiso de la custodia de la Iglesia a la razón y la filosofía pues  esta – la Iglesia –  paradojamente, la “salva.” protege, cobija a la razón y la filosofía. Debe advertirse, no obstante, que la riqueza de la filosofía como quehacer  que hace razonable  una propuestas de fe no se refiere a una perspectiva de teología propiamente dicha (aspecto también tratado en la encíclica) sino en crear un ambiente de explicaciones que los filósofos hacían (y aun lo hacen) de plantear  las razones de un creer  que no era ni es absurdo aunque, si es cierto, limitado, humilde, reconociendo el misterio de la cosas.

El segundo aspecto  es el creer para entender. Es la pretensión de que todo saber presupone  una experiencia de fe. Explica la Encíclica; “En la vida de san Agustín encontramos un ejemplo significativo de este camino en el que la búsqueda de la razón, con su deseo de verdad y claridad, se ha integrado en el horizonte de la fe, del que ha recibido una nueva inteligencia.”(LF, 33).  En la línea Ratzingeriana-Bergoglio de claro tinte agustiniano (y esto es también en gran parte de la Patrística), el énfasis es en el sujeto- persona cuya pre-compresión  de la realidad está inmersa en la fe  y que, por lo mismo,  pide más claridad. Y de ahí que apela, pide “luces” a la razón. Agustín elabora así, sigue la narrativa de la encíclica una  “filosofía de la luz que integra la reciprocidad propia de la palabra y da espacio a la libertad de la mirada frente a la luz. (LF, 33).

 

Un tercer aspecto  es la rehabilitación de la afectividad, el valor de las emociones en el conocer, en el saber, en la filosofía, y, en la fe.  Es la pretensión de que todo saber presupone  no sentir que se cree sino amar para saber. La filosofía no es búsqueda de ir hacia las cosas – no es razón “pura” – sino que son las cosas las que nos provocan su misterio. Es el asombro que acicatea nuestras preguntas sobre la realidad – que nos dice Aristóteles. La mención de Wittgenstein en el texto de la Encíclica  es iluminador: “hombre moderno cree que la cuestión del amor tiene poco que ver con la verdad. El amor se concibe hoy como una experiencia que pertenece al mundo de los sentimientos volubles y no a la verdad.” (LF, 27) Pero no es así: nadie conoce sino no ama primero.  En clara clave personalista, la Encíclica  rechaza tácitamente el racionalismo desnudo del pienso, luego existo para abrazar  el  amo, luego existo: sin el amor, todo – incluso, la razón permanece en sombras.

Y esto no lleva a al cuarto y  último aspecto, aunque  la Encíclica lo menciona al inicio. Es la confianza en que la el “ambiente” de la fe no ahoga a la razón sino la perfecciona. El Cristiano no deja su humanidad al amar, abrazar, creer de manera decisiva. Esa fue la ya conocida imputación de Nietzsche de que la fe es un obstáculo para buscar. O para pensar racionalmente. O, siguiendo la línea de este artículo, para la filosofía. Una objeción que no es nueva: Tertuliano ya la había formulado en el siglo segundo: creer es absurdo. Si esto es así,  el cristianismo nos seria para seres humanos. Pero en algo, lamentablemente,  Nietzsche tenia (y sigue teniendo) razón. Demasiados cristianos, no cultivan el valor humanizado de la razón, o la dan por supuesta – esa búsqueda que intenta dar explicaciones a las cosas. Cristianos que “creen” por delegación, o porque la Iglesia lo ensena. Ese es un espejismo tan  irracional como el creer que la fe hace a la razón oscura: una paz falsa como diría Nietzsche.

Volvamos al principio. Filosofía implica un  dialogo  entre aquellos que viven una experiencia. Es tarea de la misma persuadir de la razonabilidad de dichas experiencias. Solo así dejaran de ser meros sentimientos carentes de afectividad, de la atracción del corazón humano. Es que no puede dejar de lado el pensar pues  la  experiencia cristiana es humana y cuya realidad radical es, precisamente, el uso de la razón encarnada en un ser que posee afectos. Es el saber preambular de la fe. Aquella elaboración racional que nos pone al borde del misterio.  Pero esta, me temo, es solo una pequeña perspectiva de esta carta encíclica. Hay otras, y de seguro, más ricas y sugerentes.

* Mario Ramos-Reyes, Publicado en el diario Ultima Hora, Asuncion, Paraguay